Un ataque de celos es lo que me provocó este espectáculo de la Compañía Jóvenes Clásicos y su puesta en escena de A secreto agravio, secreta venganza. ¿Por qué? Fácil y difícil de explicar. Porque es un trabajo muy teatral. Celos porque ante la carencia de espectáculos con verdadera calidad que se suben a los escenarios, éste tiene rigor y originalidad. Y quién no quisiera, si ama el Teatro, haber participado del proceso de esa creación. Un trabajo que se aprovecha de lo que escribió Calderón para ofrecernos la misma sensación de intriga que el espectador del siglo de oro pudo vivir en su momento, pero con una dramaturgia del XXI.

Y es que es difícil si no hablar del ´honor´. Ahora suena arcaico, pero el autor, Pablo Bujalance, demuestra que está vigente, que cada cual tendrá su definición y justificación, o tal vez lo llame de otra manera. Pero que aún está enquistado en alguna parte dentro de nuestro cráneo, y que sigue fundamentando crímenes, guerras y abusos. Y todo se inicia con una sospecha. Los celos. ¡Ay qué malos! Celos y honor. Suspicacia que lleva a dos muertes. La de la esposa y el supuesto amado. Pero, eso sí, antes que llegue a boca de todos. Y si hace falta, incluso antes de que se consume. Lavar la honra requiere silencio, y anticipación, porque si se publica el motivo, entonces ya es deshonra. Esa es la premisa en este caso. Lo mío es diferente. No voy a matar a ninguno de los actores. Entre otras cosas porque realizan un trabajo espléndido. Un trabajo difícil que tiene que jugar a varias bandas y estilos. El que precisa el propio verso calderoniano y el que propone la prosa contemporánea. Culpa de P. Bujalance, que logra un trabajo narrativo excelente.

La trama va navegando por vericuetos que juegan a ir desarrollando el suspense al mismo tiempo que nos va desplegando la evolución de las motivaciones y emociones de los personajes.

Pedro Hofhuis firma la dirección, y hay que decir que consigue que el ritmo del espectáculo, suave por momentos, y violento cuando lo requiere, lleve la historia en un acertado progreso que favorece el aprovechamiento de las virtudes actorales y la sucesión de los hechos contados. Cierto es también que cuenta con la estupenda colaboración de José M. Padilla en lo musical, que consigue empastar e integrar las diferentes escenas con maestría, y un más que acertado diseño de iluminación. En resumen, un trabajo para disfrutar y que volverá por el Cánovas próximamente para seguir provocando celos y deleites.