Tardíos, casi inofensivos, rotundamente incapaces. El picudo rojo no dejará de representar un problema en la provincia mientras se empleen métodos de exterminio como los puestos en práctica por la administración. Al menos eso es lo que cree el especialista Miguel Ángel Alonso, miembro del Museo de Ciencias Naturales de Madrid y colaborador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, que, durante su comparecencia de ayer en el debate monográfico que se celebra en el Jardín de la Concepción, se mostró rotundo: "El picudo se ríe de los insecticidas, eso no erradicará el problema".

El especialista habló sin tapujos y con un lenguaje claro, didáctico y sin eufemismos. En su opinión, la lucha contra la plaga se fundamenta en una cadena de errores que incluye tanto los mecanismos de contención como la coordinación de los servicios, que aún está lejos de aproximarse a una labor de ingeniería. Alonso insistió en que la solución se cifra, principalmente, en las tareas de prevención, las únicas que, a su juicio, podrían servir para convertir al picudo en una leyenda pasada, terrible, pero de otro tiempo.

Un capítulo que debería comenzar, dijo, en el control de las fronteras y de la introducción de especies en España. Algo que calificó de "urgente". "Los certificados fitosanitarios de países como Egipto son papel maché", apuntó. El picudo, que ya ha acabado con 17.000 palmeras en la provincia, irrumpió en la Península a través de la importación de plantas, agazapado en las palmeras, donde se reproduce y se alimenta con suma y mortífera rapidez.

El experto, no obstante, aclaró que la política de prevención también cuenta con otras armas, algunas de ellas aplicadas en países como Francia con un alto índice de satisfacción. Es el caso de las cámaras térmicas y de los lectores con tecnología de microondas, que están facultados para detectar la presencia de ejemplares en el periodo en el que las larvas aún no han comenzado a deteriorar los árboles. "Una de las grandes complejidades de esta plaga es que únicamente se advierte cuando la palmera ya está dañada y es irrecuperable, cosa que se podría evitar con estos instrumentos", reseñó.

El uso de este utillaje, a pesar de su eficacia contrastada, aún no se ha puesto en marcha en las zonas más afectadas por el picudo como Málaga o Elche, donde el problema se ha convertido en un rompecabezas aparentemente sin solución. "¿Quiere saber por qué? Sencillamente porque no se conocen", puntualizó.

El científico hizo un llamamiento a las administraciones "para que no se queden dormidas" e incidió en la importancia de sumar voluntades y coordinar la resistencia al picudo, que en lo que va de año ya ha arrasado 989 palmeras en la capital, la mayoría de ellas localizadas en jardines privados. Interpelado por los desencuentros entre la Junta y el Ayuntamiento, Alonso atajó por la vía más técnica y apostó por el esfuerzo conjunto: "Los políticos deben dejarse el orgullo en casa y actuar".