Como una escuadra de F-18. Llegaron, arrasaron y se fueron sin decir ni adiós. Miden unos 30 centímetros y pesan 150 gramos. El ataque se produjo hace dos semanas. La víctima ya ha puesto remedio. El objetivo: unos perales. Los protagonistas: unas cotorras argentinas.

Tienen un plumaje verde y un pico amarillo. Fueron importadas como animales de compañía, pero son muy ruidosas. Eso hace que muchos dueños opten por abrir las jaulas y dejarlas escapar. Las palmeras son sus árboles favoritos, pero no son los únicos.

María Bares lo sabe. Vive en un chalet en Churriana junto a su marido con el que lleva casada 43 años. Una mañana se levantó y oyó un ruido desagradable que todavía tiene grabado en la mente. Alrededor de las siete de la mañana abrió la puerta de su casa y salió al patio en donde vio a un ejército de Miopsita Monachus.

«Por aquí hay poca gente que tenga árboles frutales. De mis perales se han comido todas las copas», explica María mientras señala a la parte alta de sus perales.

Pero lo curioso de esta mujer es que pudo combatir a los pequeños invasores. Junto a su hijo y su marido taparon los árboles con redes y telas que por ahora han impedido la vuelta de las cotorras.

«Estuvieron tres o cuatro días seguidos comiéndose las peras. Dejaban todo el suelo lleno de peras. Era una pena» comenta María.

El primer remedio al que recurrió para combatir a los pájaros era sencillo y efectivo. Una escopeta de aire comprimido. Su marido fue el encargado de lanzar el fuego antiaéreo para que la flota de intrusos no volviera a la zona nunca más. Hay quien incluso recomendó que tirara petardos, pero la idea no cuajó.

Los perales están plantados desde 1995, el año en el que María se mudó a la que ahora es su casa desde Puerta Blanca. Desde entonces ha construido su casa poco a poco. Y también su jardín, que tiene naranjos, limoneros, un manzanos, olivos, albaricoques y hasta un chirimoyo.

La fruta que esta mujer, que nació en Baza, recolecta de su jardín sirve para alimentar a su familia. A sus dos hijos y también a sus nietos. «Este peral tiene dos peras y una de ellas está picada», asegura María con cierto enfado.

Uno de los árboles lo corona un símbolo que ahora está presente en muchos sitios. Todavía, después de que la gran cita se produjo hace unos días. Es la bandera de España. María la puso en la copa de uno de los perales. Y parece que funcionó. No se sabe si porque el viento la mueve y se espantan o si es porque la selección ya amedrenta hasta a las cotorras. El caso es que desde que la bandera está presente no hay más señales de vida de los pequeños invasores. «El día que jugó la final pusimos la bandera y desde entonces parece que no han vuelto a venir», señala María.

Ya ha tenido más problemas con sus árboles. Dos palmeras que tenía plantadas fueron atacadas por el escarabajo picudo. Al final las cortaron y fueron víctimas junto con otras de la provincia. La plaga afectó incluso al Parque de la capital.

Amistosas y destructivas

Lo de las cotorras argentinas ya empieza a ser un problema. En ciudades como Barcelona hay unos 2.500 ejemplares. Sus nidos pueden llegar a pesar hasta 50 kilos. Están llenos de recámaras y utilizan ramas para construirlo.

Se ubican en la parte alta de las copas y aunque las palmeras son sus árboles preferidos, no respetan casi nada. Dátiles, fruta, hierbas, las piñas de los pinos y cipreses, los tomates... Se alimentan de casi de todo.

Y encima no tienen enemigos. No hay depredadores que le supongan una amenaza. Eso hace que la población crezca sin parar.

Las primeras en llegar lo hicieron a finales de los 60. Son sociables y se instalan con facilidad en cualquier entorno. ¿Serán una plaga algún día?