Uno de aquellos cacharros llegó a sostenerse en el aire nada menos que un cuarto de hora mientras allá abajo, en la tierra, cientos de malagueños prorrumpían en gritos de júbilo.

En nuestros días, pocos levantan la cabeza ante el paso de un avión, pero hace justo un siglo, Málaga estrenó sus cielos con un Festival de Aviación, justo el mismo año en el que, en Barcelona, pocos meses antes, se efectuaba el primer vuelo «completo» documentado, es decir, con despegue y aterrizaje.

El Archivo Díaz de Escovar y el trabajo de investigación de Luis Utrilla, uno de los mayores expertos en historia de la aviación de España, desvelan muchos aspectos de esta celebración de altura, que iba a tener lugar en principio del 28 de agosto al 1 de septiembre de 1910, aunque finalmente se prolongó un día más.

El festival fue una realidad gracias al empeño de Juan Ponce de León y otros seguidores malagueños de la aviación, que consiguieron, para esta iniciativa privada, contratar a los aviadores franceses Mollieu y Jullerot, reunir los apoyos institucionales y también lograr que el Ayuntamiento prestara las maderas para montar, en las despejadas cercanías de la playa de la Misericordia, un campo de aviación con palcos y tribunas para el respetable, además de cantinas y restaurantes (a cargo del Café Madrid, más un gran bufet de La Cosmopolita).

El campo fue debidamente despejado y allanado e incluso la Diputación mandó a cerrar la Casa de la Misericordia, para que el público no se encaramara y viera gratis este festival de pago.

Los aviones protagonistas del duelo en los aires eran dos modelos franceses que habían sido estrenados el año anterior: el monoplano Bleriot (pilotado por Mollieu) y el biplano Farman (de Jullerot). Los dos aparatos llegaron por tren a la estación y de allí fueron conducidos hasta la estación que existía en el Puerto, para ser enviados al campo de aviación.

El programa oficial explicaba que en el centro del aeródromo se levantarían dos mástiles. El primero serviría para el anemómetro, pues si el viento soplaba a más de 7 metros por segundo, «no podrá exigirse la ejecución de vuelos».

El segundo mástil indicaría que tipo de vuelo se iba a realizar (distancia, velocidad, altura, pasajeros) y también si se iba a volar o no, por eso, también en Málaga capital se colgaron banderas en la Catedral, «para mayor comodidad del público, evitando molestias que por causas atmosféricas o fuerza mayor fuera imposible efectuar experiencias».

La expectación por ver volar aviones fue tal, que los organizadores consiguieron que el Ministerio de la Guerra enviara dos secciones de Caballería para mantener el orden y también hizo acto de presencia el torpedero Audaz de la Armada.

¿Cómo se acercaban los malagueños a un lugar tan alejado de la ciudad como la playa de la Misericordia? Del transporte se hizo cargo la compañía de ferrocarriles suburbanos, que comunicó cada 40 minutos, a partir de las 11.15 de la mañana, la entonces plaza de Figueroa (hoy plaza de la Marina) con el aeródromo.

También se puso en marcha un tren botijo de Vélez y el tranvía, cuenta el académico Manuel Olmedo.

Tanta expectación esa tarde de estreno, el domingo 28 de agosto de 1910, sirvió de poco. La Catedral de Málaga lució en la torre una bandera negra, señal de que por causas de fuerza mayor se suspendía el espectáculo. Esa fuerza mayor fue un vuelo de prueba de Mr.Mollieu, a los mandos del monoplano Bleriot: consiguió salir del hangar y despegar hasta alcanzar los 80 metros de altura pero en el momento de aterrizar, sufrió un pequeño choque y se rompió una de las ruedas.

La prensa de la época se tomó con buen humor este estreno fallido: «El primer día de aviación no hubo más vuelo, aparte de la prueba que produjo las averías, que el vuelo del vestido de la de Pajicillo, una señorita que todavía no ha entrado por el aro de la moda», contaba una crónica de La Unión Mercantil.

Puede decirse por tanto, que el lunes 29 de agosto de 1910, hoy hace 100 años, se produjo la verdadera puesta de largo de la aviación en Málaga, que como veremos, tampoco satisfizo todas las expectativas.

El programa oficial anunciaba para ese primer día, que fue declarado día festivo, una serie de ejercicios (o «experiencias») «con sujeción a los reglamentos de la federación y a los reglamentos de aeronáutica internacional», entre ellos virajes a 80 kilómetros por hora, vuelos planos y vuelos en línea recta.

A las 5.45 de la tarde, salía del hangar, empujado por los mecánicos, el monoplano Bleriot, «y luego de avanzar unos metros, elevose como alado pájaro y cruzó sereno y majestuoso toda la extensión de la pista», cuenta la prensa.

El aparato describió un círculo en el aire, virando a la playa y a la vega, y luego regresando a la pista, con el público dedicándole una ovación «estruendosa» al aviador, aunque parece que alguna rueda volvió a «chafarse» y no pudo volar más esa tarde.

Menos mal que poco después, a las 5.59, llegó el turno del biplano Farman, pilotado por Mr. Jullerot, pero su vuelo, aunque histórico, no fue muy recordado: el aparato sólo logró elevarse un metro y tuvo que volver a aterrizar dentro todavía de la misma pista.

Ante este panorama, los espectadores, algunos de ellos enfurecidos, lograron que el Gobierno Civil ordenara al comité organizador devolver el precio de las entradas.

Pero, pelillos a la mar, porque no fueron tan mal las cosas los siguientes días. El martes 30 el Farman voló sobre la orilla de la playa de la Misericordia durante dos minutos, mientras que el Bleriot estuvo nada menos que ocho.

No obstante, el mejor día de todos fue el miércoles 31 de agosto de 1910. Las cosas salieron a pedir de boca. Nada menos que seis vuelos hubo esa tarde. Los más espectaculares, los dos últimos ya que los dos aviones despegaron casi de forma simultánea, así que los malagueños vieron a dos aviones en el cielo por primera vez en su vida: «El entusiasmo de los dos aparatos, el biplano y el monoplan, maniobrando en el aire al mismo tiempo, fue maravilloso; el entusiasmo del público no tuvo límites», contó la prensa.

Lo curioso es que, al día siguiente, jueves 1 de septiembre, no hubo festival por celebrarse esa tarde en La Malagueta una corrida de toros, así que los pilotos y organizadores aprovecharon para asistir. Ni que decir tiene que cuando el público vio entrar a los dos pilotos, se montó la de San Quintín y la banda de música interpretó en su honor La Marsellesa.

El último día del festival, el viernes 2 de septiembre, el vuelo más espectacular fue el del monoplano Bleriot, que voló durante 15 minutos, llegando hasta Torremolinos y lanzando desde el aire un ramo de flores a la finca del Castillo, donde estaban siendo agasajados unos marinos británicos.

La apoteósis fue total, de ahí que La Unión Ilustrada subrayara que habían sido «las mejores y más brillantes que se han celebrado en España». Además, felicitaba al organizador don Juan Ponce de León, quien contó con el apoyo entre otros del marqués de Larios, por traer a Málaga «un espectáculo culto, importante y de trascendencia para el porvenir que nos colocase al nivel de las grandes capitales».

Los malagueños, hace hoy 100 años, admiraron por primera vez el vuelo de los aviones y lo hicieron suyo para siempre.