La memoria puede ser relativa, agradecida, inventada y traicionera. En política, es de larga duración en las mentes de dirigentes y periodistas, pero en la mayoría de ocasiones muy corta para el ciudadano de a pie. Pasan las elecciones y recuperamos la rutina, esa que no está compuesta de eslóganes, visitas y promesas. Y hasta la próxima… A nuestros dirigentes esa fórmula les ha funcionado muy bien, sólo las hemerotecas y los folletos de proyectos estrella les sacan los colores (¿qué habrá sido de aquel tranvía que hace cuatro años nos «vendían» PP y PSOE?). En el caso del Ayuntamiento, echar la vista atrás no deja un resultado satisfactorio para el electorado. La mitad de sus promesas se pasean por el limbo de lo soñado, lo futurible, en una realidad virtual tan pasada como lejana. No han llegado las zonas verdes esperadas, los avances tecnológicos o de vivienda para jóvenes, las guarderías. Tampoco se han hecho los grandes proyectos, a excepción del museo Thyssen, que aguarda su apresurada inauguración. Y no se puede decir al potencial votante que funciona el metro o que la esperada reforma de los Baños del Carmen se ha iniciado. Eso es lo que pasa, en estos dos últimos casos, por recoger propuestas que no dependen de uno mismo, un arma de doble filo que no hiere si el proyecto se acaba a tiempo y que mata si se eterniza, cosa por otra parte que parece formar parte de la más honda idiosincrasia malagueña. Como el enfrentamiento institucional, al que parecen abonado al alcalde y sus homólogos en el Gobierno y la Junta y que nos está privando del Benítez o Arraijanal.

La ambición en la gestión del futuro es recomendable y hasta obligatoria, pero aún lo debería ser más la veracidad y cierta humildad para reconocer hasta dónde se puede llegar. Cierto es que la crisis económica ha echado por tierra proyectos ambiciosos que hace unos años sí se hubieran podido hacer y tiene razón el alcalde cuando habla de esos costes ajenos que el Consistorio tiene que asumir para asegurar el buen funcionamiento de la ciudad, pero también es verdad que hay promesas que se sabe que acabarán en el lado de los incumplimientos desde el mismo momento en que se hacen. Málaga es una gran ciudad, con un potencial que los ciudadanos sí asumimos pese a que la greña política desaliente en demasiadas ocasiones. En esta legislatura se han hecho muchas cosas bien (un buen ejemplo, el tirón turístico inimaginable hace apenas unos años). Sólo cabe esperar que quien lleve las riendas de la ciudad a partir del 22 de mayo aprenda de los errores y siga firme en la defensa de lo que se ha alcanzado. Sin promesas vacuas y con afán de lograr una memoria de dulce recuerdo y no de realidades sonrojantes, por favor.