Una de las mayores preocupaciones de los vecinos y ecologistas que visitan a diario la desembocadura del Guadalhorce es la pervivencia de la pesca furtiva, que no ha desaparecido de las inmediaciones del paraje natural. En apenas unos meses, Antonio Carlos Martínez, ha reunido una antología de imágenes que atestiguan la continuidad de una práctica deplorable, actualmente más perseguida que hace unos años, según tercia su testimonio.

A la antesala del paraje natural son muchos los pequeños pescadores que acuden sin licencia, con equipos no permitidos por la legislación autonómica y no precisamente por capricho, sino porque suponen un riesgo para las especies. A eso Martínez suma lo que le parece más alarmante, los llamados bolicheros, que todavía se dejan ver durante las horas que rompe el alba. «Desde que empezó la crisis se multiplicaron y los hemos denunciado muchas veces. Su número ha bajado, pero todavía vienen», explica.

La pesca furtiva multiplica sus perjuicios si se tienen en cuenta sus objetivos dilectos. Los barcos se concentran cerca de la orilla, lo que supone un mensaje meridiano, la búsqueda de inmaduros. «Muchos los venden también en puestos ilegales y ahí no llegan los controles», reseña.

Martínez se queja de la falta de conciencia de comerciantes y buscadores. A éstos añade las patrullas individuales del interior, que no tienen ningún reparo en apuntar hacia los ejemplares menos desarrollados. Antonio Carlos conoce bien sus maniobras. Él, sin ir más lejos, practica a diario la pesca deportiva. «No sé por qué nos sacamos una licencia cuando luego no la piden y permite que se hagan este tipo de canalladas», resalta.

Pero los pescadores sin escrúpulos no representan la única amenaza para la entrada al Guadalhorce. El espacio convoca diariamente también a cazadores, que, provistos de perros de presa, la emprenden contra todo tipo de carne comercialmente sensible. Toda una ciudad de negligencias a pocos kilómetros del núcleo urbano, junto a un paraje considerado la gran joya de Málaga.

A años luz del pulmón de la zona Oeste

Los vecinos y activistas de la desembocadura del Guadalhorce denuncian la falta de mantenimiento de algunas de las especies utilizadas por la administración para repoblar muchos puntos de las inmediaciones. Antonio Carlos Martínez, pescador deportivo, señala, por ejemplo, a los árboles plantados en la ribera más próxima a Carretera de Cádiz, que, en su opinión, ya deberían estar próximos a formar una arboleda. «La mayoría se han secado porque nadie los riega, y sólo resisten las especies más fuertes», declara.

El deterioro medioambiental es una de las obsesiones de los vecinos más comprometidos del entorno que consideran que la entrada al paraje podría estar ya flanqueada por una vegetación lo suficientemente espesa como para facilitar los paseos veraniegos de los mayores. El aspecto de la zona contigua al paraje está muy lejos de antojarse un desahogo por un área urbana especialmente masificada.