Ibn Battuta fue un incansable viajero tangerino nacido en el siglo XIV que, de regreso por los confines del islam, desembarcó en Gibraltar, en el mismo lugar por donde en el siglo VIII lo hiciera Tariq, pasando después por Ronda camino de Granada.

En la ciudad del Tajo, nos habló desde su célebre rihla, es decir, la crónica de su viaje, como allí se encontró con faquires de origen persa, establecidos en la ciudad, seguramente por la similitud con sus tierras de origen, habitando individuos procedentes de lugares tan remotos como Tabriz, Samarkanda, Konya y hasta la alejadísima India…

Otro viajero impenitente, ahora de origen francés y de apellido Chateaubriand, pasó igualmente por Ronda, camino también de Granada cuatro siglos después, y prácticamente se encontró con los mismos lugares descritos por Battuta, solo que habitado por distintas gentes.

Definió Andalucía como una región deliciosa y afirmó: «Se concibe fácilmente que los moros recordasen, con amargura, tan privilegiado país»…

En 1809, otro viajero, un tal Lord Byron que también desfiló por aquí sorteando franceses, piropeó así a las andaluzas: «¿Osáis comparar vuestra huríes con las hijas de España? Reconoced que hallamos en su patria el paraíso de vuestro profeta, las vírgenes celestes, sus ojos de ébano y su belleza angelical».

Dicen que algo tiene el agua cuando la bendicen. Pues bien, algo tiene que tener Andalucía cuando todo el mundo que la conoce la ama y todo el que la oye, la evoca.

En menor medida, con infinita menor inteligencia que quienes me precedieron, servidor, otro viajero impenitente de menor calidad que los nombrados, viene de visitar esa tierra de provisión que por cuestiones del azar y de la política hoy se llama Emiratos Árabes Unidos.

Mirando los ojos de las mujeres de aquellas tierras, he podido ver los ojos de ébano y belleza angelical de las malagueñas de aquí, solo que allí, no existen los ojos verdes y azules que nuestro pasado gótico y eslavo decidió dejarnos por herencia. Y sin embargo, azules eran los ojos de los hijos de Abderramán, pues él mismo tenia cabellos rojizos, mezcla de la herencia de los pueblos celtas del norte de España.

Al-Andalus siempre fue diferente... Ver esta Semana Santa salir por las calles de la Trinidad a la Virgen de Fátima me hace recordar que el nombre, de origen árabe, significa en esa lengua «doncella» y era como se llamaba la hija del profeta Mahoma.

Esta coincidencia, ya que quien sale por nuestro Trinitario y castizo barrio, no es otra que una advocación de la famosa Virgen portuguesa, me recuerda a otras, también coincidencias, que sin embargo, forman parte de nuestro folclore y de nuestra singular Pascua. Sin ir mas lejos, el hecho de que la Pascua de Resurrección se celebre el domingo inmediatamente posterior a la luna llena es una adaptación cristiana a la celebración del Ramadán musulmán dominante en Al-Andalus hasta la toma de los Cristianos.

Por eso, no es de extrañar que algunas costumbres árabes estén presentes en nuestra Semana Santa, como bien es el canto de saetas, de innegable reminiscencia árabe, o la confección de esos dulces llamados Mona de Pascua, de la costumbre mora de hacer la Munna (provisión de boca) para honrar a huéspedes, visitantes e invitados.

Al fin y al cabo, son tantas las intromisiones de las costumbres de uno y otro lado en la vida diaria de ambas culturas que hasta resultan sorprendentes. Así, los niños árabes suelen decorar huevos de colores en Pascua sin saber que es una costumbre de la Edad Media cristiana, mientras nosotros, hacemos a diario el desayuno que en realidad manifiesta la etapa que llega después del ayuno impuesto por la celebración del Ramadán. Y en ambas partes se está perdiendo la cuestión de dar el aguinaldo en Navidad, pero que sin embargo fue común para las dos religiones.

En Emiratos me recordaron que nos queda mucho de nuestro pasado árabe aquí, en Al-Andalus, por eso, cuando dejé aquellas tierras me despidieron como si fuera un primo cercano. Por mi parte, me gusta sentirme parte de los dos lados, llevar conmigo el sentimiento de pertenecer a las dos culturas que un día hicieron posible Al-Andalus.

Solo el árabe y el español tienen una letra como la «ñ» que nadie más tiene en el mundo y muchas palabras árabes más que aún seguimos, y seguiremos, usando.

Así que, cuando en estos días salga de casa, después de quitarse la bata y darse un buen baño, váyase a tomar una buena taza de café y un buen zumo de naranja y pan con zurrapa o aceite en cualquier bar de nuestra Málaga, sin olvidarse de saludar a sus amigos con nuestro hola tradicional, que quizás le cuente algún chisme del barrio, ah, y no se olvide del chaleco que por las noches refresca, no sea que después tenga que curarse el relente con sopitas de arroz o de fideos calientes…

Seguro que durante estos días le ha comprado a sus hijos algún limón dulce en cualquier quiosco y, sin alboroto pero con alborozo al paso de cualquier trono, le dijo a la Virgen aunque sea para sus adentros el consabido ¡olé, olé y olé!, desde el rincón más hondo de su corazón, pero eso sí, con cuidado, no sea que le de un zamacuco que se lo lleve con música de serafines al paraíso.

Ya ve, muchas son las palabras de origen árabe que usamos cotidianamente, como muchos son también nuestros modales, costumbres, folclore o edificios. Todo ello, vestigio de un tiempo pasado en el que Al-Andalus fue el país más importante del mundo y del que hoy somos herederos legítimos.

En palabras de Washintong Irwing: «Una fuerte mezcla de lo sarraceno con lo gótico, reliquias conservadas desde el tiempo de los moros».

Nosotros…