En su despacho de Filosofía y Letras, rodeado de mapas y de fotografías de nubes, José María Senciales consulta una serie estadística de precipitaciones. Su doble condición en la vida, la de novelista y académico, se parece mucho a la que le atañe como científico, especialmente en lo que respecta al contacto con el cielo y con la tierra. Climatólogo, historiador y geógrafo, en estos días, mira arriba y abajo para intentar buscar una respuesta al río de lodo que hace dos semanas empantanó parte de la ciudad. Y la tiene. Además, bastante clara. «No entiendo por qué no se actúa con mayor precaución», dice.

Barro, grandes balsas de agua, calles temporalmente cortadas. ¿Por qué la lluvia siempre es tan alborotadora en Málaga?

En primer lugar porque se trata de una ciudad rodeada de montañas, lo que hace que las escorrentías bajen aceleradas. En cualquier caso, hay que distinguir entre inundaciones y avenidas; Málaga, por su naturaleza, es más proclive a estas últimas, que fue lo que sucedió la semana pasada. Agua que fluye y arrastra elementos a su paso, aunque luego acabe por formar balsas. Lo de 1989 sí fue una inundación, con desbordamiento de ríos e incidencia generalizada. La Carretera de Cádiz, que entonces era un barrio bastante pobre, quedó anegado.

¿La ciudad es entonces zona de riesgo o simplemente hablamos de capítulos aislados?

En Málaga nunca debemos perder de vista que el otoño es, en lo que respecta a la lluvia, potencialmente peligroso. No sólo por los antecedentes dramáticos de 1989 o 1907, sino por parámetros más ordinarios. En un estudio que José Damián Ruiz Sinoga y yo acabamos de terminar se detalla, por ejemplo, que cada dos años, como máximo, se produce un aguacero en Málaga de más de 100 litros por metro cuadrado en menos de veinticuatro horas, lo que quiere decir que episodios como el del sábado no son, ni mucho menos, tan remotos. Otra cosa es que ocurran de un modo generalizado, que es lo verdaderamente peligroso; a veces mientras que en la estación del puerto se registran 60 litros en otros puntos de la ciudad se alcanzan niveles similares al del último temporal.

¿Falla la planificación?

Evidentemente cuando todos los técnicos coinciden en resaltar el riesgo se deben adoptar precauciones. En cuestiones sísmicas, por ejemplo, se sabe que Málaga está en una zona condicionada por las cordilleras béticas, por lo que se ha apostado por tomar medidas y obligar por ley a reforzar la estructura de los edificios. Otra cosa es que se de un episodios extremo, de 10 en la escala Richter, y lo mismo ocurre con la lluvia. Si caen mil litros, como en Tous, es normal que se registren incidentes graves, pero no fue eso precisamente lo que ocurrió el otro día. Es muy difícil que en Málaga se llegue a esa cantidad, pero sí hay precedentes, como el de finales de los 50, de aguaceros con más de 300 litros en 24 horas. ¿Se imagina lo que hubiera ocurrido de alcanzar esa cantidad el pasado sábado?

¿Todavía hay margen para soluciones preventivas?

La prevención es fundamental porque, insisto, nos enfrentamos a un peligro constante, que se puede dar cada otoño. Cuesta entender que la administración, sea del color político que sea, opte por parches y propuestas grandilocuentes en lugar de atender anualmente al riesgo que se avecina; esto es, si se sabe que el otoño puede entrañar problemas no entiendo por qué no se empieza en agosto por limpiar los cauces y comprobar si el estado de la red pluvial es el adecuado. Prevención es también examinar si el diámetro de las tuberías es el idóneo, entre otras cosas porque en algunas calles toda la red de evacuación desemboca en conductos con menos de treinta centímetros. Así es normal que las calles se aneguen como ríos. En un estudio que hicimos en Benamargosa pudimos comprobar como una cuenca de apenas 1,5 kilómetros era capaz de mover un coche en la salida del arroyo.

Menos mal, supongo, que funciona la presa de El Limonero...

La utilidad de la presa es incuestionable. Sin su aportación se volverían a repetir sucesos como los del siglo XVII, cuando las grandes lluvias destrozaban incluso, los puentes. Eso sí, siempre que esté a un nivel lo suficientemente reducido como para admitir el agua que desprende un aguacero. De lo contrario, es decir, llena, es un peligro, una auténtica bomba sobre la ciudad.

Las críticas coinciden en señalar al estado de las infraestructuras y la falta de vegetación como agravantes de los efectos de los temporales de Málaga.

Sin duda. La falta de cubierta vegetal es esencial, puesto que el agua, en su descenso, necesita de árboles y plantas que la retengan y eviten incidentes como los del sábado. Es el ciclo natural y una asignatura pendiente pero quizá ya con eso tampoco basta. Necesitamos diques de contención y actuar en la medida de lo posible: es evidente que algunos errores no se pueden corregir sin deshacer lo que se ha hecho, pero en otros casos hay que redoblar la atención. Fíjese, por ejemplo, en el arroyo del Limonar, que funciona sin puentes ni pasos, como una calle común que, sin embargo, en este tipo de temporales vuelve a comportarse como un arroyo, con lo que eso implica. Especialmente, si se tiene en cuenta que se ha intervenido en la ladera. En este punto, o se busca una canalización o nos atenemos a las consecuencias.

¿Hasta qué punto influye la deforestación en este tipo de temporales?

Si se fija en un mapa de Málaga puede tener la respuesta. Sobre todo, en lo que respecta al peligro. Piense en el terreno baldío que se observa cerca de los Montes, en zonas como la que se reservó para urbanizar y en la que, para colmo, ni siquiera se ha construido. Muchas veces se comete el error de aquilatar la violencia del temporal viendo el curso del río, que lo que arrastra no es agua, sino un flujo de lodos cada vez más parecido al que se da en algunas zonas de América Latina. En Brasil, por ejemplo, como consecuencia de las favelas y el movimiento de tierra de las laderas. Aquí tenemos el mismo efecto, lo que pasa que las favelas son urbanizaciones de lujo. Con solo plantar un olivar en ese tipo de terrenos, ni siquiera reforestar, el efecto sería distinto.

Se especula con soluciones justo cuando escasean las posibilidades de invertir. ¿El futuro pasa por rezar a Santa Bárbara?

Lo que no se puede hacer es plantear proyectos como la presa de El Limonar, que son más propios de un tiempo económicamente desinhibido. Sólo falta que se proponga con dinero de la Unión Europea y que luego los funcionarios europeos comprueben con desagrado en qué se ha invertido el dinero. Ahí a Merkel le daría la razón, pese a todo. La cuestión es apostar por una gestión adecuada e inteligente. Y si no hay dinero, probar con fórmulas como las que se han ensayado para prevenir incendios. Desempleados o voluntarios limpiando los cauces. En definitiva, todo se resume en un concepto que no tiene nada que ver con el dinero: educación. Algo que debe aplicarse tanto a los políticos como a los ciudadanos, que deben ser también conscientes de las consecuencias de sus descuidos y del riesgo que implica irse a vivir al lado de un río. Muchas veces se olvida el hecho de que los arroyos de cabecera están llenos de hojas y porquería y que toda esa suciedad se convierte en un obstáculo móvil con capacidad de aumentar la fuerza destructiva.

Después de las inundaciones de 1989 se desató una energía correctiva bastante intensa. ¿Se ha perdido la oportunidad de solventar los problemas hídricos de la ciudad?

En 1989 hubo compromisos, pero queda todavía mucho trabajo por hacer. Ahí está la falta de vegetación. También se buscaron soluciones, en muchos casos, faraónicas, algunas con el objetivo de corregir aberraciones anteriores, errores tan sumamente graves como el de crear un polígono industrial en una de las zonas geográficamente prohibidas: la llanura de inundación del río. En Málaga se han cometido imprudencias casi de manual, como frenar la salida de los arroyos. Eso se ve incluso en el callejero; la calle Cauce, sin ir más lejos, recibe ese nombre porque realmente ésa era su función. También Victoria, por donde bajaba el agua. Resulta muy importante no perder la memoria de la estructura física de la ciudad.

Imagino que, a estas alturas, esa estructura ya estará muy desdibujada...

Depende de la zona. En Teatinos los arroyos están desviados, pero se dan soluciones urbanísticas que cuanto menos llaman la atención. El curso abovedado de un arroyo pasa directamente por debajo de una residencia de ancianos y muy cerca de un centro de salud.