El metro de Málaga ha comenzando a funcionar hasta El Perchel y pronto lo hará hasta la Alameda. Pero antes tendrán que comenzar las obras, que están fijadas para principios de 2015. El debate ya no se centra en si el suburbano transcurrirá por superficie o soterrado. Eso ya es agua pasada. Ahora lo que se preguntan los comercios de la zona es de qué manera pueden afectarles las obras. Y algunos se llegan a cuestionar si tendrán la capacidad suficiente de resistir hasta el final y así ver cómo el metro logra alcanzar el verdadero centro de la ciudad.

Carmen Vargas se muestra totalmente en contra de las obras del metro en la Alameda. Regenta la conocida Farmacia Caffarena y cree que le afectarán de lleno. «Ya he vivido las obras de la plaza de la Marina y el parking. Es horrible, por lo general se multiplican porque se acaba el presupuesto», asegura.

José Antonio Ruíz tampoco está muy convencido. El propietario de Librería Luces vive en la incertidumbre: «Llevamos años con un lobo en la cabeza, que es el metro que va a pasar». Ruíz se pregunta sobre los plazos de obra, de los que afirma que «son para hartarse de reír, ni un ingenuo se lo cree». No es una opinión única, sino compartida por muchos comerciantes. Santiago Campos, de Pelucas Paco’s, clama que las obras no se extiendan por cinco o seis años: «No podemos encontrar restos y parar las obras. Hay que cuidar del patrimonio, pero sin que se eternicen las intervenciones».

Las actuaciones tampoco son del agrado de Manuel Valdivia, empleado del bar Martiricos-Alameda. «Estamos muy reticentes porque nos encontramos bien situados y lo que se nos viene encima...». Deja inacabada la frase pero su silencio habla por sí solo. ¿Qué puede suponer unas obras de este calibre? La respuesta la da José María Pinto, trabajador de Bolsos Antonio, «Entre el polvo, el corte del tráfico, y la disminución de la gente van a cargarse los negocios», espeta.

Y si ya es negativo para los negocios, para qué hablar de los pequeños establecimientos. Paco Estévez es propietario de la pequeña peluquería Málaga. Al ser interpelado sobre su impresión, exclama: «Miedo me da». El fantasma de los sucedido en Carretera de Cádiz, donde el 60% de los locales se vieron obligados a cerrar, planea sobre la Alameda. El miedo ha llegado a calar en los comerciantes. «A los pequeños negocios, el metro se los come. Lo tenemos más difícil para aguantar». Estévez anuncia que ha abierto una puerta por la calle Panaderos «para comer algo al menos».

Otros establecimientos como la Bodega Antigua Casa del Guardia también cuentan con accesos desde otras vías. Antonio Garijo, su propietario, confiesa: «Nosotros tenemos tres puertas, pero a ver lo que pasa». Espera que la afluencia de personas no disminuya cuando la Alameda se encuentre completamente «levantada». Garijo tampoco se fía de los plazos: «Las cosas de palacio, van despacio», comenta con ironía. «Aunque digan que son dos años, luego serán más. Uno no sabe lo que pasará. Es una sorpresa», remarca.

Librería Luces es otro de los locales privilegiados que posee un acceso alternativo. Para ellos esa puerta puede suponer su salvación: «Son ya tantos frentes abiertos... la crisis, el libro digital, las obras... no sabemos si nos vamos a hundir», explica Ruíz, quien profiere duras críticas contra los responsables del proyecto: «Aquí de un lado y de otro todo el mundo cobra su sueldo, pero nadie asume la responsabilidad cuando se produce un retraso, con todo lo que ello conlleva», sentencia.

El centro de la Alameda está adornado por numerosos kioskos donde se venden flores. Es un jardín urbano muy particular, que le pone una nota de color a esta zona de la ciudad. Las floristerías también están sumidas en la incertidumbre. No saben qué será de los puestos una vez que las excavadoras comiencen a levantar el asfalto.

Francisco Rosa, propietario de la floristería María Rosa, cree que cuando empiecen las intervenciones tendrán que trasladar el kiosko: «Aquí no nos podemos quedar. El polvo lo inunda todo a 200 y 500 metros a la redonda y eso afecta a las flores al aire libre».

Lo que el Ayuntamiento no le ha comunicado aún es el lugar donde lo reubicarán: «Todo lo que sé es gracias a la prensa». Cuando finalicen las obras se supone que regresará a su lugar, aunque no queda asegurado al cien por cien. En su mente todavía guarda recuerdos de la remodelación de la plaza de la Marina, cuando los llevaron a la plaza Enrique Navarro, frente a El Corte Inglés. Lo que iba a ser solo un año terminó por convertirse en 14. Fue muy perjudicial para los comercios, ya que estar en la Alameda supone «un privilegio». «Es un sitio con sombra y un flujo constante de personas», asegura Rosa.

Javier Romero, empleado de otro kiosko: Flores Maite, mantiene una impresión diferente. Él cree que los kioskos permanecerán en la Alameda durante las intervenciones: «Si no nos han dicho nada, será porque nos quedaremos aquí». Pero a Romero tampoco le gusta el panorama que se presenta: «Todo lo que sea una obra y las consecuencias que conlleva siempre son negativas».

Por su parte, Rosa apuesta por la distribución de los kioskos de flores por diversos puntos del centro para «adornar» a la ciudad. Dicho así tampoco parece mala idea.

Teresa Jiménez, de Prensa y Revistas Toñi López, es de las que defiende que a Málaga no le hace falta metro: «La ciudad no es muy grande y contamos con una buena red de autobús. No sé para qué han instalado el metro». También se imagina lo que se le viene encima: «Ahora meten aquí las máquinas, lo levantan todo... Esto es un sinvivir, y dicen que será el año que viene», se lamenta.

Aún no hay una fecha para comenzar las actuaciones pero se prevé que sea después de Navidad de 2015. El peligroso precedente de lo sucedido en Carretera de Cádiz es suficiente para sembrar la incertidumbre y la intranquilidad en los negocios de esta zona de la ciudad. La Alameda se presenta un nodo indispensable para la circulación de vehículos y personas y aunque muchos de los encuestados reconocen que en el futuro el metro puede ser beneficioso, tienen miedo de las consecuencias que puedan derivarse. Sin embargo, las máquinas vendrán, tarde o temprano, de forma inevitable y comenzarán las obras en la Alameda. Lo que nadie sabe es cuándo.