Tan sobrado de sí mismo estaba José Marín Pardo, alcalde casi perpetuo de Canillas de Aceituno hace algo más de un siglo, que solía decir «Dios en el cielo y yo en Canillas».

Precisamente este es el título que ha escogido el investigador malagueño Miguel Alba para su último libro, que analiza los terribles sucesos que tuvieron lugar en este pueblo de la Axarquía en la Semana Santa de 1911 y que dejaron cuatro muertos.

«La Guerra Civil lo absorbió todo, por eso cuando preguntas por estos sucesos los recuerdos en el pueblo son casi nulos», explica Miguel Alba, cuyo anterior libro rescató del olvido La tragedia de Benagalbón de 1914-1925, el asesinato de un guardia civil y el drama de tres inocentes de una misma familia, que fueron acusados del crimen y pasaron 11 años en la cárcel.

En los dos libros el autor aprovecha para analizar el caciquismo de la época, causa principal de estas dos tragedias ya que «lo que me interesa de un suceso es siempre el porqué», señala.

Dios en el cielo y yo en Canillas fue presentado el pasado viernes en el salón de plenos de Canillas de Aceituno. Miguel Alba está convencido de que la obra no sólo interesará a los canilleros sino también a los historiadores y aficionados a la Historia de Málaga.

El personaje principal de este drama es el mencionado alcalde, que en 1911 llevaba casi 20 años en el cargo en diferentes periodos (comenzó en 1876, siendo un veinteañero).

Patrocinado por la poderosa Casa Larios, de don José Marín Pardo contaba el diario El País que de simple jornalero «una vez aupado a la alcaldía por la Casa, él y su familia, que carecían de bienes (...) acaparan hoy las mayores riquezas del pueblo».

Como destaca el autor, antes de entrar en los hechos es necesario conocer el contexto y este es uno de ellos: «Nunca hubo en Canillas una sociedad obrera hasta 1910», al contrario que en muchos pueblos del entorno lo que confirma «el total sometimiento sufrido por la población». La creación de esta sociedad, de nombre Círculo Instructivo Republicano de Canillas de Aceituno, provoca que el alcalde apadrine otra sociedad obrera para neutralizar a la primera.

En ese mismo año 1910, una comisión de vecinos viaja a Málaga para denunciar ante el gobernador los «incalificables atropellos» de don José, que les obliga a pagar débitos de hace 25 años, «embargando a pobres infelices a quienes pretende reducir a la miseria, obligándoles a emigrar o a que perezcan de hambre».

El alcalde se ceba con los miembros de la sociedad obrera que ha osado instalarse en el pueblo. Y para evitar disturbios contrata en Vélez a un recaudador que no es del pueblo, de nombre Enrique Castillo.

El inicio del drama tiene lugar el Sábado Santo de 1911. El agente, acompañado de un alguacil y un guarda municipal, peina las pedanías del pueblo, donde hay más desafectos al cacique y se dirige a la casa del agricultor José Roca, que en ese momento trabaja en el campo. Pese a las súplicas de la esposa, Enrique Castillo decomisa lo poco que esta humilde familia tiene para vivir: un burro y siete cerdos y los encierra en una posada frente al cuartelillo de la Guardia Civil.

Al regresar José Roca de la faena, descubre lo que considera un robo, pero su mujer le pide que se calme y espere al día siguiente para reclamar.

El Domingo de Resurrección se organiza una visita al alcalde por un grupo de indignados vecinos que reclaman la devolución del burro y los cerdos. Pero el cacique ha dispuesto, según le confiesa un guardia civil, el cabo Francisco Puertas, que debe detener como sospechosos de un supuesto motín a seis vecinos, cabecillas del círculo obrero.

Miguel Alba, con mucho detenimiento, analiza los momentos posteriores, una auténtica refriega con más de una decena de tiros entre los agricultores y la Guardia Civil en la que mueren cuatro canilleros y se producen cinco heridos, entre otros el cabo Francisco Puertas.

Como subraya el autor, a la hora de abordar esta escena que duró pocos minutos, no toma partido sino que se limita a mostrar las versiones contradictorias de las dos partes, pues los tres agentes de la Benemérita y los canilleros sostienen que fueron los otros quienes desencadenaron la tragedia.

Algo que termina de retratar al alcalde es el telegrama que envió al alcalde de Vélez para que lo comunicara al gobernador. La reclamación del pollino y los cerdos y la queja ante esta venganza fiscal del primer edil se había convertido en: «A la una de la tarde se han revolucionado los republicanos de esta villa, levantándose en armas, pretendiendo asaltar el cuartel de la guardia civil».

Así que como en el juego infantil del teléfono, no es extraño que a su vez el gobernador civil de Málaga enviara el siguiente telegrama al presidente del Gobierno: «En Canillas de Aceituno pueblo ha ocurrido un levantamiento para proclamar la República».

De esta falsa proclamación de la II República en 1911 llegaron a hacerse eco periódicos como el New York Times o el diario Le Matin de París, recoge el libro.

La alarma provocó que un contingente de guardias viajara a Canillas y detuviera a diez vecinos, que en un primer momento fueron juzgados en un consejo de guerra en el Cuartel de Capuchinos, la mayoría de ellos a duras penas de cárcel.

Pero estos jornaleros tuvieron en Hermenegildo Giner de los Ríos, hermano del fundador de la Institución Libre de Enseñanza, a su principal defensor. De abuelo paterno natural de Canillas de Aceituno, desde el primer momento hizo gestiones en Madrid para «destruir la estúpida patraña de una sedición política para proclamar la República».

Su incansable trabajo logró primero que se repitiera el juicio y en agosto de 1913, más de dos años después de los sucesos, consiguió el indulto.

Entre medias, el Gobierno investigó los tejemanejes del alcalde y lo destituyó. Sin embargo, pasaron los meses y el primer edil no dejó su puesto: lo abandonó en julio de 1911 pero atendiendo a otras razones, su avanzada edad (sus 60 años en esa época eran casi la ancianidad). De tan infausto cacique con modales del sheriff del Bosque de Sherwood poco se sabe después, salvo que murió 13 años más tarde.

El libro de Miguel Alba, como sus anteriores trabajos sobre Benagalbón o la historia del tenis en Málaga, rellenan huecos importantes de la historia de la provincia. «Mi intención es siempre colaborar, poner un ladrillito y que tú vengas mañana y que gracias a ese ladrillo entre todos hagamos una muralla», explica.

Su próximo trabajo dejará a más de uno lleno de asombro: la emigración malagueña a las islas Hawai.