Igor Solana Matarrán llevaba una hora y media esperando cerca de la puerta del edificio Jaén II, en un pasaje sin salida de la calle Carril de Gamarra. Llevaba, según las declaraciones posteriores de los testigos a la policía, una camisa negra y una gorra azul. A las nueve y media en punto de aquella calurosa noche del 15 de julio de 2000, vio que el concejal del PP José María Martín Carpena, su mujer y su hija de 17 años pasaban por la zona. El matrimonio iba a La Cónsula y la niña, a un concierto de Maná. Sin mediar palabra, se acercó a ellos y descerrajó seis tiros al edil, de los que cuatro le alcanzaron y uno en la nuca fue mortal de necesidad. Ayer se cumplieron 15 años de aquel asesinato y los presidentes del PP andaluz y malagueño, Juanma Moreno Bonilla y Elías Bendodo, respectivamente; el alcalde de Málaga, Francisco de la Torre, y otros ediles de la corporación quisieron rendir homenaje a su figura con la tradicional ofrenda floral en el parque de Huelin.

Aquel verano quedará marcado para siempre en la memoria colectiva de los malagueños, que asocian el estío de 2000 con el olor a pólvora y el reguero de muertes que provocó el sanguinario comando Andalucía de ETA, entre ellas la del propio Martín Carpena, la del coronel médico Muñoz Cariñanos en Sevilla, la del recordadísimo fiscal jefe del TSJA Luis Portero, o el intento de asesinato del exvicesecretario de los socialistas andaluces, el malagueño José Asenjo, quien salvó la vida milagrosamente después de que la bomba lapa adosada a los bajos de su coche fallase.

A las diez y media de aquella noche fatídica, decenas de vecinos se habían agolpado en Gamarra y varios concejales llegaron al lugar del crimen y a la cercana vivienda familiar. Otros ciudadanos se concentraron en el Ayuntamiento. La policía pensó en un principio que se trataba de una reyerta. Los sanitarios del 061 no pudieron hacer nada por el edil y los agentes comenzaron a rastrear con perros la estrechísima vía. Seis casquillos del calibre nueve milímetros parabellum, la bala preferida de ETA, daban testimonio de la posible autoría. Los controles en la carretera no lograron cazar a los etarras: el que apretó el gatillo, Igor Solana, y el que le ayudó a huir, Harriet Iragi. Dos tipos duros con un largo historial en las filas abertzales.

Esa misma madrugada la exalcaldesa y ministra de Sanidad, Celia Villalobos, acusaba a ETA sin ambages y hablaba de «un buen hombre». El portavoz de IU de la época, Rafael Rodríguez, y el alcalde se fundieron en un emotivo abrazo a apenas unos metros del lugar del crimen.

Al día siguiente se produjo un multitudinario funeral en la Catedral y luego fue enterrado en San Gabriel. El dolor de los malagueños era evidente. Al acto asistieron el presidente del Gobierno, José María Aznar, y el de la Junta, Manuel Chaves, que apoyaron en todo momento a la viuda y a la hija. Esa misma jornada, un coche bomba estallaba en Soria. ETA recrudecía su ofensiva.

En la tarde del lunes, 17 de julio de 2000, más de 300.000 malagueños se echaron a la calle en repulsa por la ofensiva etarra. Fue la más multitudinaria hasta la fecha, incluso por encima de la que reclamó, el 4 de diciembre de 1977, un estatuto de autonomía para Andalucía.

A la cabeza de aquella manifestación, Ángel Carpena, el alcalde y Villalobos, entre otros, sosteniendo una pancarta que, bajo el lema «Málaga por la paz y la libertad. ¡Todos contra el terrorismo!», daba testimonio de la firme actitud que, frente al fenómeno etarra, siempre tuvo la capital de la Costa del Sol. La manifestación recorrió las arterias más céntricas de la ciudad.

De la Torre leyó un manifiesto que fue interrumpido hasta en tres ocasiones por los ciudadanos al grito de «¡Basta ya!». El alcalde no quiso contestar al por entonces líder del PNV, Xabier Arzalluz, quien vinculó la muerte de Martín Carpena con la política penitenciaria del Gobierno, que entonces dirigía el duro Jaime Mayor Oreja, quien confirmó que Martín Carpena estaba en una lista negra de la banda asesina hallada poco antes.

El 16 de octubre de 2000, tras el asesinato del médico Cariñanos, fueron detenidos dos etarras en Sevilla, el ejecutor de Carpena y el que le ayudó a huir, este último con una herida de bala en el hombro. Días después, la Policía Nacional localizó tres pisos usados por el comando en Málaga: en El Palo, La Unión y la Victoria. A estos inmuebles se llegó tras los duros interrogatorios a los que fueron sometidos los etarras.

Las pruebas de balística determinaron que las pistolas de Solana e Iragi, una HK y una Astra, fueron usadas para matar tanto a Cariñanos como a Carpena y a Portero. La policía barajaba que Javier García Gaztelu Txapote diera las órdenes desde Francia.

A finales de 2001, la Audiencia Nacional condenó a los dos etarras a treinta años de prisión por la vil eliminación del concejal Martín Carpena, una buena persona que tenía 50 años, querida por políticos de su propio partido y de la oposición y a quien todos recuerdan sonriendo, sobre todo los vecinos del Puerto de la Torre y Carretera de Cádiz, cuyas juntas de distrito presidía.

Ofrenda floral

Al acto de ayer, asistieron más de 100 personas: además de Moreno Bonilla, Bendodo y De la Torre, estuvieron presentes la viuda, Elvira Calvente, y la hija del finado, diputados provinciales y concejales del PP. Hubo diferentes ofrendas florales al busto de Martín Carpena en el parque de Huelin.

Moreno Bonilla recordó que Carpena murió «por la democracia, la libertad y la unidad de España. Por tanto, éste es un acto para reivindicar su figura como padre, político y compañero». Bendodo, por su parte, defendió que su «imagen, recuerdo y labor siguen más vivas que nunca». El alcalde lo dibujó como «un político siempre al servicio de los vecinos».