Nunca entenderé a las personas que se ponen de los nervios llevando un coche. Los hay que, mientras conducen, no paran de insultar y hacen que un energúmeno dé para diez. «Idiota» es, todavía, el calificativo más honorable que se puede escuchar en aquella felicidad instantánea que caracteriza al Mad Max de turno. En Málaga, el tráfico, ya de por sí, es lo suficientemente aterrador como para tener que aguantar los exabruptos de un anónimo amargado que iba para piloto de Fórmula 1, pero se ha tenido que conformar con ser repartidor de algo para poder proveerse de gasolina al día siguiente.

Está claro, que algunos conductores van por la vida sin poner intermitentes antes de cambiar de carril. Eso, nadie lo niega. Pero, ¿qué pasa? Uno frena, se cabrea para sus adentros y la vida sigue. El ser humano, como tal, nunca estará exento de errores y el despiste no se extinguirá como sí lo hacen los nervios de algunos. Aunque se fusile a todos los que se cambian de carril sin echar el intermitente, da igual porque ya hay una nueva generación de futuros conductores poblando las autoescuelas que tampoco utilizará los intermitentes.

El claxon se convierte en la herramienta preferida del energúmeno. Si no arrancas de forma violenta, al segundo después de que el semáforo se haya puesto en verde, pita. Si tiene que esperar porque has encontrado un hueco para aparcar, también pita. La última moda, por muy estúpida que parezca, es pitar cuando hay retenciones. En Málaga, donde la gente está acostumbrada a coger el coche hasta para dejarlo aparcado delante del televisor, es un fenómeno inevitable que se produce a diario. La Feria sólo ayuda a masificar un poco más, si cabe, la densidad de coches por metro cuadrado. El energúmeno pita como si aguardara la esperanza de que, de esta manera y como por arte de magia, las retenciones se disolvieran como lo hace su cerebro cuando se pone detrás de un volante.

El semáforo está en rojo, pero sigue pitando y el camino al trabajo, como si no representara ya de por sí un castigo lo suficientemente arduo, se envuelve de una atmósfera hostil y gritona. Amenaza el energúmeno, incapaz de simplemente no hacer nada, con atravesar los coches, filtrarse en el asiento de atrás y estamparse contra las redes de su propia ignorancia como un calamar. Quizá, la mente del energúmeno piensa, que es el momento de cumplir un sueño infantil y traspasar muros, para en un momento dado, echar a volar con su vehículo como Aladdín lo hace sobre su alfombra mágica. Así, Málaga sirve para invitar a todos los adeptos de Rousseau, que piensan que el ser humano es bueno por naturaleza, a que se adentren en ese ecosistema salvaje que conforma la avenida Andalucía en horario matutino.

La reflexión final que queda es que el tráfico en Málaga sirve como ejemplo para ilustrar la involución de la especie humana y su vuelta a los comportamientos tribales. Si en una retención todos a tu alrededor son idiotas, por lógica, el primer idiota eres tú.