No pudo ser casualidad que la ciudad amaneciera ayer bajo un espeso manto gris. Hace justo una semana, el Centro Histórico aún estaba tomado por una masa sembrada de alcohol, gritos y resuellos que acababa todos los días como acaba una jornada de Feria: con una rigurosa borrachera, levitando entre iguales y desafiando a las voluntades del buen comportamiento. Como suele ser habitual en las grandes subidas, la caída viene tremendamente maldita y de las sonrisas que paseaban limpias, se suele pasar a una pesadumbre que actúa sobre el estado de ánimo y que provoca cierta insumisión a la hora de afrontar la vuelta a la realidad. Todo el mundo recuerda las vacaciones o las grandes fiestas, pero más aún se recuerda el primer día después que deviene en un jadeo para salir adelante como sea. Hay que asumirlo con estoicismo, pero las muchachas en flor han desaparecido del mapa y han sido sustituidas por nubes plomizas. Supuestamente, este estado de ánimo no es ocasional y millones de españoles pasan estos días por un tránsito similar, por lo que se podría afirmar que no es algo exclusivo de la Málaga en su semana postfestiva sino que se trata de un fenómeno nacional y socialmente relevante. Por las mañanas, esta sensación se manifiesta en una férrea oposición a salir de la cama y uno se levanta con pies de plomo, como a punto de ser arrojado a un río. El mundo se tambalea ante la mirada continua al despertador que va restando horas al día mientras que uno va realizando que ha entrado en una fase sensorial similar a la de un trámite de divorcio. Realmente no se quiere hacer nada, quizá, si acaso aspirar a la disolución o a convertirse en alguna especie de gas.

Sin hablar y sin escuchar, lo único que parece plausible es el descenso a un pequeño búnker de dos por dos metros, a la espera de que llegue el salvador en el que sin embargo no se cree. El desayuno se convierte en un forcejeo patético para librarse de la situación, pero la tostada se adapta a la nueva realidad y aparece negra y quemada por los filos. Pese al dramatismo de esta imagen, a la que se une habitualmente la ausencia inesperada de café, se hace necesario radiografiar este estado. Llegar a la conclusión de que se trata exclusivamente del cerebro, que está intentando hacernos imposible la vida porque objetivamente todo está más o menos en su sitio. Quizás, este estado de ánimo representa acaso lo más fundamental de nuestra existencia porque la vida en su esencia se compone de días buenos y días malos, incluso de años buenos y años malos. En tiempos de felicidad enlatada y esplendor hipócritamente divulgado a través de las redes sociales, afrontar un periodo de decadencia forma parte de un proceso natural y, si se sale debidamente, nos ayuda a ser más fuertes cuando todo vuelva a girar de nuevo. Hoy, la noria ha dejado de dar vueltas y Málaga es algo más vulgar de lo que lo fue ayer. Pero la vida sigue y la noria también volverá a girar.