Una gran parte de estas historias comienzan con un mensaje anónimo en la bandeja de entrada de un ordenador cualquiera. Aparece una chica joven, guapa y con ganas de conocer al destinatario de la misiva online. La mayoría de estos mails se borran de inmediato del ordenador con tan solo un clic. Sin embargo, hay otros movimientos de ratón que esconden tras de sí un entramado empresarial que mueve millones de euros. Tan solo hay que aceptar la proposición que acaba de llegar a nuestro ordenador.

Se trata de un cebo que obedece a las normas de Internet. Varias empresas se esconden detrás de este tipo de mensajes automáticos que captan «infieles online» y se lucran de ello. En este sentido, la web Ashley Madison cifró en 2015 en la provincia el número adúlteros en 35.000 personas.

En la red hay mensajes anónimos pero también hay toda una logística que permite a los infieles no ser descubiertos: invitaciones a eventos, reuniones de trabajo a altas horas de la noche o llamadas de negocios tras las que se esconden falsas teleoperadoras. El llamado «Love Spam» es solo el hilo del que tiran los investigadores privados, que han tenido que adaptarse a las nuevas tecnologías para conocer sus secretos y virtudes.

Miguel Ángel Martín de Ache Detectives lleva 28 años de su vida descubriendo engaños. Él, al igual que muchos otros, comenzaron su trayectoria profesional lejos de los ordenadores y de la Wi-Fi. Lo hicieron a la vieja usanza, entre seguimientos disimulados y con una cámara fotográfica en sus manos. Hoy, las infidelidades online suponen menos de un 10% de los casos que recibe su agencia cada año, sin embargo, las consultas son muchas más. «Podemos recibir entre tres y cuatro consultas al mes», explica Martín, que asegura que en la mayoría de los casos los clientes piden al detective que hackeen los dispositivos electrónicos de su pareja para descubrir el engaño. «Legalmente esta actividad está muy limitada porque los usuarios están protegidos».

A pesar de que no es posible establecer una estadística al no existir datos comparativos, Miguel Ángel Martín confiesa que la mayor parte de estos casos corresponden a un perfil concreto. «Los investigados suelen ser hombres de cuarenta años y las consultas corresponden a mujeres de la misma edad». El detective comenta que ha hablado con psicólogos sobre este tema y todos coinciden en afirmar que muchos lo hacen «por la propia experiencia del ciber-sexo». «La infidelidad depende de la ética de cada pareja, hay personas que comparten este tipo de aficiones», reflexiona. De hecho, son los códigos empleados por cada matrimonio o pareja los que determinan si el concepto de infidelidad se quedan solo en lo físico.

En estos casos juegan un papel importante las contraseñas. «Muchas veces son los clientes los que nos proporcionan información y nosotros nos encargamos de hacer el seguimiento para ver si se hace efectiva la infidelidad».Sin embargo, en muchas ocasiones este encuentro jamás llega a producirse.

La verdad de los infieles ha acabado creando el mito de los detectives. «Al contrario de los que pueda parecer, las infidelidades es lo que menos hacen los investigadores», explican fuentes de Málaga Detectives. Para el gabinete, que lleva funcionando 12 años en la capital, en la mayoría de las ocasiones las consultas suelen responder a una mera necesidad sentimental o psicológica. «Cuando les informamos de nuestras tarifas, muchos posibles clientes no llegan a contratar nuestros servicios», dicen.

Perfiles de todas las edades y sexos deambulan por sus ordenadores. «Tenemos varios perfiles falsos en Facebook, Twitter, Badoo o Lovoo que empleamos para entablar contacto y sacar información», aseveran al tiempo que defienden que no existe edad para iniciar una aventura amorosa. «Ahora mismo los chavales de 18 años y los señores de 60, se están comportando igual».

Las contramedidas para «cazar» a los infieles tampoco han dejado de sucederse en los últimos años y aunque las aplicaciones para estudiar el registro de llamadas de la pareja parecen ser la mejor opción para muchos; los celos, inseguridades o la baja autoestima tras una infidelidad solo pueden ser tratados por un especialista.

Cinco años como responsable de la terapia de pareja en el Centro de orientación y mediación familiar Coordinadas han servido a Elisa Godino para atisbar un porcentaje del número de personas infieles que acuden a consulta. El 30% de los hombres y mujeres que acuden a la entidad han descubierto un mensaje delatador en el whatsapp de su pareja o han sentido que su matrimonio pendía del hilo de una página de contactos. «Hay un montón de personas que vienen aquí, por suerte para nosotros y por desgracia para ellos», asegura.

Cuando los códigos de pareja no son efectivos y la infidelidad, real u online, se hace efectiva una de las partes lo vive de forma traumática. Existen fórmulas para controlar esa orgía de sentimientos y tienen mucho que ver con la Organización Mundial de la Salud (OMS). «La terapia EMDR se emplea en Estados Unidos con los veteranos de guerra y dan unos resultados que tienen mucho que ver con un 80 o 90% de éxito», comienza a explicar Godino que consigue que sus pacientes hagan viajar la imagen de la infidelidad desde la memoria a corto plazo hasta la más remota. «Se hace a través de movimientos oculares haciendo que las dos partes del cerebro se activen al mismo tiempo», asegura. Asimismo, el control de los sentimientos son retos fundamentales para la profesional.

Las redes sociales se han convertido en protagonistas de las terapias de pareja en los últimos años. El whatsapp acapara discusiones y la última conexión se ha transformado de una pista del delito de la que muchos intentan deshacerse. Según el psicólogo Rodolfo De Porras De Abreu, para los que son infieles a través de Internet, el secreto es esencial para mantener la emoción. «Lo que buscan las personas es recuperar la fase de enamoramiento y eso la pareja no se lo puede dar», recalca.

El romance y el hecho de mantener el cortejo inicial durante más de dos años parece ganar terreno a la falta de lenguaje corporal entre los amantes. «Es como una droga», repite una y otra vez el profesional que ha visto cómo muchas de las conversaciones que se iniciaban con el propósito de alejarse de la rutina han ido cambiando los límites hasta llegar al sexo online.

«Aunque en el momento en el que está hablando con otra persona se sienten bien, tras hacerlo se sienten muy culpables», explica De Porras que añade: «Lo que se intenta en estos casos es hacer que la persona valore si prefiere estar con alguien desconocido u opta por revivir todos esos momentos que ha se vivido en pareja».

Ni los kilómetros, ni la falta de contacto físico y ni siquiera la posibilidad de hacer daño a la pareja se convierten en motivo suficiente para abandonar una relación virtual. Las redes atrapan a cualquiera, incluso a los que llevan un anillo en su dedo índice.