La dureza por la muerte de un hijo se vuelve aún más insoportable si no hay posibilidad de despedidas, de derecho al duelo. Eso ocurrió en el humilde hogar de los Gámiz Luque, en Villanueva del Trabuco, donde supieron que su quinta hija había muerto por las noticias que les dio un vecino que, casualidades de la vida, se encontraba en el hospital en el momento del supuesto deceso.

Pero hay que remontarse casi cuatro décadas para intentar entender estas circunstancias cuando, en plena instauración de la democracia, España comenzaba a despertar de un letargo que le había mantenido en blanco y negro durante años.

Entonces no todo el mundo tenía teléfono o televisión, objetos de deseo y, para algunos, inalcanzables, más si cabe para una familia de pueblo, en la que el día a día se basaba en el trabajo para tener algo que llevarse a la boca.

Por entonces, Rafael y Rosario vivían en una casa alejada del núcleo poblacional junto a sus cuatro hijos mayores. Él se dedicaba a las cabras, ella le ayudaba en lo que podía y soportaba el peso de las tareas domésticas y la crianza de sus niños, la mayor de todos con una discapacidad sensorial. No saben si el parto de la quinta niña fue fruto de la casualidad o de la causalidad. Siempre han pensado que Rosario se puso de parto antes de lo debido -a los siete meses de gestación- porque acompañó a su hija mediana a hacerse una radiografía y estuvo expuesta a la radiación.

De un modo u otro, el parto fue inevitable. Era el 22 de noviembre de 1980 y Rosario se fue todo lo deprisa que pudo hacia el hospital de Antequera. Había llegado la hora, aunque antes de tiempo.

Rosario tuvo a una niña pequeña, de pelo moreno y ensortijado a la que oyó llorar. Pero la prematuridad y el bajo peso de la pequeña que, no obstante, según recuerdan los Gámiz, estaba llena de vitalidad, hizo que la mandaran por protocolo a la incubadora hasta que terminase de madurar y para ver cómo evolucionaba. Para Rosario era el quinto parto y fue natural y sin complicaciones, por lo que la mandaron de alta a casa al segundo día.

Pese a que no tenían coche, los padres iban a diario a ver a la niña, aunque se turnaban para no desatender al resto de niños. Se buscaban la vida, bien en autobús, bien aprovechando el recado de un vecino de Villanueva del Trabuco, hasta la capital de la comarca. Allí, tanto Rafael como Rosario veían a la niña en las horas de visita permitida. «Una niña pequeña pero completa, fuerte», cuenta la hija menor de la familia, Nieves.

Al quinto día de haber nacido, recibieron el mazazo. Juan, un vecino del pueblo y amigo de la familia, tuvo la mala fortuna de dar el mensaje. «Vuestro bebé se ha muerto», les confesó. Aquello le había pillado en Antequera y le habían pedido que se lo trasladara a la familia. Con una falta de sensibilidad más que manifiesta, los profesionales no le proporcionaron tan fatal noticia, ni sus causas, prefirieron que fuese otro quien contase tamaña desgracia.

Aquello no les frenó, y Rafael se plantó en el hospital, a la espera te recibir explicaciones. Pero se topó con un silencio difícil de entender. «Mi padre pidió verla y le dijeron que no, que ellos se encargaban de todo, que pagarían el entierro», cuenta Nieves, que admite que su padre siempre ha tenido la sensación de que lo «capearon» y que no le contaron toda la verdad. Durante décadas, mucho antes de que la sociedad empezase a revelar, en cuentagotas primero, y más tarde de manera torrencial, las sospechas de robos de bebés, Rafael pensó que le habían quitado a su hija. «Mi otra hija está viva por ahí», decía convencido. Sin embargo, su mujer no daba credibilidad a las sensaciones de Rafael. «Mi madre dice que es imposible que haya alguien tan malo como para hacer eso. Supongo que ponerte a pensar que pueda estar con otra familia en vez de con ella será duro», cuenta la mujer, que siempre ha creído la versión de su padre.

Pero como la mayoría de casos, necesitaban un empujón para tomar la determinación de investigar. Todo llegó una noche de 2010. Nieves veía la televisión en su casa, con su marido. Era un documental sobre bebés robados. «Escuché una historia muy parecida a la de mi hermana y que, al buscar la documentación, no habían encontrado apenas nada y, los datos que había, eran erróneos», cuenta la mujer que al día siguiente telefoneó a su padre. Él había oído algo similar en radio. Entonces, la trama de bebés robados ocupaba titulares y muchos espacios televisivos y radiofónicos.

«A mi padre se le removió todo y decidimos pedir documentación, porque no teníamos nada», cuenta. Cogieron el coche y se desplazaron hasta Antequera. En el hospital tenían que tener informes, documentos, algo. Todo era más difícil si cabe porque no sabían la fecha del parto. Tenían una vaga idea, pero aquel fatídico suceso había quedado apartado de la vida familiar, como si no mencionarlo lo hiciese menos doloroso.

A pesar de ello, Nieves se crió con la eterna comparación. Era la hija inmediata a la hermana que hoy busca, y nació el mismo mes dos años después. Por eso, muchas veces, según cuenta, era inevitable oír a su madre o a su padre decir qué edad tendría su hija desaparecida, que se quedó sin nombre pese a que en el hospital le propusieron los profesionales sanitarios «Milagros» por aquello de haber nacido dos meses antes de tiempo y haber sobrevivido al parto.

En el hospital le proporcionaron un documento con la fecha real y en el que rezaba que el bebé pasaba a la incubadora por «poca vitalidad». «Pedimos un registro de incubadoras para ver si había algo o qué otros bebés estuvieron en esos días por si averiguábamos algo sobre la familia adoptiva, pero no existía», cuenta la mujer, que más tarde fue al cementerio con su padre, donde apareció un informe que decía que había sido enterrada en una zanja. Eso sí, el apellido estaba mal -ponía Gómez- y la edad de gestación también, ya que ponía cinco meses. Con los documentos se decidieron a denunciar y, como la inmensa mayoría, se archivó.

«Recuperarla sería quitarle a mi padre una espinita», señala Nieves, que lamenta que pudieran aprovecharse de sus circunstancias familiares. «Vieron que éramos débiles y nos la quitaron», asegura.Los documentos

Docmento del hospital

Nacimiento. El informe del parto recoge el nacimiento de la pequeña, aunque en él expresa que tenía 6 meses en lugar de los 7 que dice la familia.

Incubadora. La familia sólo posee un documento de nacimiento. En el papel, cuya letra es difícil de entender, se reflejan algunos datos, como que la pequeña nació con «poca vitalidad» y se vislumbra el dato de que pesó 800 gramos, un tamaño muy pequeño. Asimismo, informa de que en el alumbramiento nació una «hembra» y que pasaba a la incubadora.

Registro del cementerio

Enterramiento. Tres décadas después la familia obtuvo información de la sepultura. El documento dice que fue enterrada en una zanja.

Datos. Durante años no supieron dónde estaba el cadáver de la pequeña. Gracias a la denuncia y a la falta de documentación, se decidieron a ir al cementerio de Antequera. Allí apareció una información que podría corresponder a la niña, aunque erraba en dos datos: la apellidaba Gómez en vez de Gámiz y decía que tenía cinco meses al morir y no siete.