Cuando yo era joven existían muchas prohibiciones que encorsetaban nuestra existencia diaria. Después vino la Transición y todas las prohibiciones se derogaron, y se puso de la moda el eslogan «Prohibido prohibir».

Las prohibiciones de entonces se extendían hasta límites insospechados y lo mismo implicaba a los establecimientos públicos que a los restaurantes, a los transportes, a la calle, a la expresión€ Sin intentar recoger todas las que rodeaban nuestra existencia, he aquí algunas de las más extendidas. En el mundo del transporte, por ejemplo, destacaban en las autobuses algunos avisos denigrantes, como «Prohibido escupir en el suelo» y otros menos repugnantes como «Se prohíbe fumar», «Prohibido hablar al conductor», «Prohibido apearse estando el autobús en marcha». En los trenes, como en los de cercanías como de largo trayecto destacaba el letrero «Es peligroso asomarse al exterior», que en los vagones de la Wagoon List el texto estaba en portugués. También se prohibía arrojar objetos a las vías.

En los bares y mesones destacaba un cartel que rezaba así: «Se prohíbe cantar mal o bien». En muchos edificios públicos y privados aparecía otra prohibición; «Prohibido fijar carteles».

Aparte las prohibiciones reguladas aparecían por doquier otras muchas, como «Prohibido aparcar», «Paso prohibido», «No pasar»€ O aquella de un automovilista que colocó en el parachoques trasero del vehículo el aviso: «No me toques el pito que me irrito». El invento duró poco porque el gobernador civil de turno mandó retirar el rótulo de los coches. Sí se dejó, aunque faltaba a la verdad, el creado por una peña recreativa malagueña y que se colocaba también en la parte trasera de los automóviles: «Too er mundo es güeno». De eso, nada, porque too er mundo no es güeno, según vemos a diario.

Pero habría que volver a las prohibiciones. Pero la derogación de las prohibiciones trajo consigo libertad y libertinaje€, y mala educación extendida a todos los estamentos de la sociedad. Recuerdo que unos niños empezaron a jugar al fútbol en plena calle, y cuando alguien les llamó la atención, uno de los rapaces le soltó un exabrupto: «Estamos en una democracia». Si la democracia es eso, yo me desapunto.

Sin querer dar lecciones a nadie, creo que hay que volver a algunas de las prohibiciones de antaño, aunque con matices, porque yo, que soy asiduo al transporte público, observo a diario que hay usuarios de los autobuses que se ponen a hablar al conductor, no para interesarse por la próxima parada o el trasbordo para seguir a su destino, sino para contarle su historia, la de su familia, de lo malo que está todo€ Algunos conductores acaban por enrollarse con el viajero (viajera) y mantienen el diálogo ¡durante todo el trayecto!

No hay que recordar lo de no fumar ni lo de apearse estando el autobús en marcha, porque el fumar ya se ha desterrado y apearse es difícil porque hoy las puertas cierran herméticamente.

Pero, ¿sería descabellado prohibir el uso de los móviles en el interior de los autobuses, trenes y otros medios de transporte porque los viajeros tenemos que aguantar el coñazo de conversaciones maratonianas? Y quien dice transporte, en las consultas de los médicos, centros de salud, salas de espera€ Se puede admitir una urgencia, pero en la mayoría de los casos esa circunstancia no se da.

Otra prohibición que hay que crear está relacionada con los perros. El bozal y la correa deben ser obligatorios porque aunque los propietarios de los canes los defiendan con «no, si no hace nada», «no muerde»€, en la sección de sucesos de radios y periódicos con frecuencia aparecen noticias relacionadas con agresiones a viandantes, niños.., incluso con resultado de muerte. Y confío que lo de las cagaditas perrunas que tachonan las calles, paseos y plazas de la ciudad, termine con las sanciones que el Ayuntamiento impondrá al analizar el ADN o lo que sea para localizar a los que incumplan las normas sanitarias impuestas.

Hay otras prohibiciones que deben imponerse a los recalcitrantes en el emporcamiento de la ciudad, los que arrojan los envoltorios de los helados sin utilizar las papeleras, desprenderse de escombros arrojándolos en el primer rincón que hallen, orinar en la vía pública (pero antes hay que dotar la ciudad de urinarios), pintar en las fachadas con el pretexto de la libertad de expresión€ y rizando el rizo, prohibir los anglicismos para que los ciudadanos que no sepan inglés se enteren de la mitad de las cosas que se anuncian, se celebran, se convocan€

Otras prohibiciones. No hace demasiados años en los cafés se servía como edulcorante azúcar en terrones, o estuchado, denominado también de cortadillo. En un envoltorio de papel blanco se incluían dos o tres terrones de azúcar para que el consumidor los utilizara según su gusto. En las casas particulares, en el clásico azucarero, alternaba los terrones con el azúcar molido. Un día desaparecieron los terrones sustituidos por pequeños sobres con una dosis de azúcar suficiente o insuficiente según el paladar del consumidor.

La prohibición del azúcar estuchada no sé si está escrita o no, pero hace muchos años que desapareció de las cafeterías. Alguien me contó que se prohibió el estuchado porque para elaborar los terrones se utilizaba goma arábiga€ y que eso era malo para la salud, afirmación que choca porque uno de los usos de la citaba goma arábiga que se obtiene de una variedad de la encina se utiliza para la elaboración de algunos medicamentos. Un contrasentido.

De las tiendas de comestibles o ultramarinos desapareció también el azúcar pilón, que algunas amas de casa preferían a la molida, porque la consideraban más natural, sin proceso posterior, como la molienda.

La Uralita. El uso de la uralita, material muy utilizado en la construcción, especialmente para cubiertas, está totalmente prohibido y se va retirando de muchas de las construcciones existentes, en especial, de colegios públicos. Parece que en la fabricación de las láminas, entre otros materiales, se usa el amianto. De ahí su prohibición. El amianto es cancerígeno.

Sin entrar a discutir la peligrosidad de la uralita, entre otras razones porque soy lego en la materia, lo que me llama la atención es que la uralita se ha venido utilizando desde muchísimos años, y los casos de cáncer eran pocos; ahora, sin uralita, los casos de cáncer aumentan.