Abatidos, derrumbados y superados por la adversidad encararon el túnel de vestuarios 22 almas que vagan por la Primera División. Así se ponía fin a un decepcionante partido que sólo servía para repartir responsabilidades. Ayer no hubo distinción entre unos y otros. Malaguistas y vallisoletanos iban cogidos de la mano y todos miraban al abismo con la misma palidez en sus rostros.

Son las consecuencias de regatear una y otra vez a la victoria. La gran final no dejó vencedores, pero sí derrotados. Málaga y Valladolid, incapaces de superar los miedos del descenso, tendrán que seguir con esta agonía hasta el final. El Tenerife, sin estar ayer presente en Martiricos, se alzó con el mejor de los botines posibles. Así que los malaguistas tendrán que sufrir en las cinco jornadas que restan con sólo un punto sobre el descenso.

Se podría decir que la de ayer era la crónica de una muerte anunciada. Locales y visitantes habían puesto toda la carne en el asador sobre el papel, pero a la hora de la verdad, en el cuerpo a cuerpo, las fuerzas estaban contenidas.

Ésa es la tensión que se vive por la salvación, que recorre todo el cuerpo y que evita reaccionar a unos y a otros. Ya no se trata de fútbol, sino de psicología para superar las adversidades. Se salvará el menos malo y el que sepa dominar mejor la situación. Y ahí el Málaga ha demostrado que flaquea.

Ayer, sin ir más lejos, no sólo perdió la mejor oportunidad posible para distanciarse del descenso, también se hundió un poco más anímicamente y, lo que es peor, se divorció con la grada. La afición dijo basta. Cansada de dar tanto cariño y de casi nunca recibir recompensa se rebeló. Explotó al final del partido. Abucheó a su equipo y centró las iras en Muñiz, al que le pidió, sin tapujos y unánimemente, su salida inmediata.

Quizás no sea la mejor solución cambiar el capitán general de la nave cuando el barco se está hundiendo, pero urge que aparezca la figura de un salvador cuanto antes. En definitiva, una reacción para girar la dinámica tan negativa.

Porque el Málaga, en sólo siete días, ha sido capaz de sumar sólo dos puntos de nueve posibles. Ha perdido la ventaja de seis puntos con su inmediato perseguidor y deja un poso de pesimismo sobre su cabeza en el que no se ve el sol.

Ahora el calendario le da la espalda al equipo. Ganar en Palma de Mallorca, Bilbao o Getafe –todos ellos equipos que luchan por estar en Europa– es una utopía tan grande como pensar que se derrotará al Sporting y al Madrid en casa. Las cuentas no salen, pero lo peor es que no salían desde hace mucho tiempo. Alguien se empeñó en que las prisas las tenían otros. Se jugó con la presión como si fuera una pelota de Nivea, trasladándola siempre al rival. Pero la realidad no te abandona, te espera en el primer traspié. Y el Málaga ha cometido tantos que difícilmente podrá levantarse.

Sopor. Del partido, poco que contar. Málaga y Valladolid se batieron en duelo con espadas de madera. Se pinchaban, pero no pasaban de hacerse pequeños rasguños. Es lógico que el Tenerife adelante por la derecha a unos y otros. Y a Dios gracias que el Xerez sólo se mueve por el inconformismo que genera el saberse ya descendido.

Salió mucho más enchufado el Valladolid, motivado por la arenga de Clemente antes de comenzar el partido. Mordían los pucelanos. Pero el Málaga, para entonces, contaba con 22.000 almas más. Con ellas aplacó el furor visitante. Con su afición dio bocanadas de oxígeno para quitarse la presión de encima.

Duda, bajo mínimos, era el que más peligro llevaba al área rival. Tímidamente disparaba desde lejos pero su fuerte, el balón parado, disparaba agua. Los pucelanos llevaban más sensación que peligro en sí. Diego Costa era una pesadilla, pero no amenazaba demasiado a Munúa.

En la segunda mitad Muñiz reclutó para la causa a Luque y Apoño, buscando más mordiente en ataque. Pero el asedio sólo duró unos minutos. Tras los fuegos de artificio y con las malas noticias llegadas desde la grada, el Málaga bajó el pistón.

El miedo a perder empezó a engullir a unos y a otros y los dos dieron por bueno el empate cuando, curiosamente, no les vale a ninguno. Forestieri tuvo las ocasiones más claras del Málaga con un taconazo (70´) y un tiro intencionado que se fueron al limbo (74´). Eran los últimos cartuchos que también dejaban en evidencia a más de uno. Al final, y con bronca merecida desde el graderío, el Málaga se despidió tal y como empezó: de vacío.