Hoy, ya en frío, podríamos pensar que lo de ayer fue una mala tarde del Málaga CF en Vallecas, que una serie de catastróficas desdichas se cebaron con el conjunto de Schuster y que los astros se alinearon para que Falqué hiciera el partido de su vida o para que Sánchez cometiese su enésima torpeza. Pero todo ello sería faltar a la realidad. Hoy la reflexión debe ir encaminada en las sabias -y a la vez criticadas- palabras que Schuster emitió semanas atrás: posiblemente «esto es lo que hay». Y por eso, la condena al sufrimiento hasta el final de Liga no se la quitará nadie al malaguismo.

El veneno que aún recorre las entrañas de la hinchada blanquiazul no parece que se apacigüe con el correr los días. El descontento, la desazón y la tristeza por ver superado y vilipendiado a su equipo en todas las facetas del juego no tiene una cura fácil. El Málaga dio mucha pena en la primera mitad. Rozó el esperpento absoluto en 45 minutos de puro caos donde el Rayo, penúltimo clasificado hasta ayer y equipo que no ganaba en casa desde el pasado 5 de octubre, le estaba dando un meneo de aúpa al conjunto malaguista. Tres goles, control del juego, ocasiones y muchas dosis de testosterona son los ingredientes de la salsa rayista.

Quizás hay una lección que aún no ha aprendido este Málaga CF, aunque haya tenido ocasiones y ejemplos para hacerlo, y es que sin intensidad y batalla no será capaz de ganar a casi nadie. Quedó demostrado el día del Sevilla -para bien- y también ayer en Vallecas -para mal-. Todo lo que no sea pelear por cada balón como si les fuera la vida en ello será el comienzo del fin. Y por muchos fichajes que se hagan, si no se corre y se lucha será perder el tiempo y jugar con la ilusión blanquiazul.

Con esa carencia, con la tara de los equipos mediocres, el Málaga saltó al hostil campo de Vallecas a verlas venir. Y por eso se vio superado no sólo en el resultado sino también en la ilusión y las sensaciones que ahora desprenden unos y otros.

También puede que sea hoy lo fácil mirar al banquillo y achacar buena parte de culpa a la ausencia de una figura con peso para ordenar y dirigir desde la cal, para reclamar unas voces, unas directrices o unos aspavientos que capitaneasen una nave a la deriva. Las bajas de Schuster y Celestini tienen un calado importante, aunque puede que no decisivo. Pero sí es achacable al alemán su equivocado planteamiento. La ausencia de Tissone -ayer sí se le echó en falta, visto lo visto- varió el sistema. Craso error porque el centro del campo malaguista ni creó ni destruyó, simplemente se transformó en un muñeco de paja viendo pasar los minutos sin oposición ninguna.

Que la zaga blanquiazul fue ayer de visita a Madrid quedó de manifiesto cuando Sergio Sánchez (5´) y Antunes (16´) vieron la primera amarilla en acciones claramente evitables. El resto del partido ya fue ver pasar los minutos con el corazón encogido en un puño.

El Rayo, que parecía inofensivo, encontró pronto lo que buscaba en las botas de Iago Falqué que se enfundó el traje de Maradona para subir el primero (26´) al luminoso. Arbilla, aliado con la fortuna, superó a Willy sólo dos minutos después. En apenas segundos el Málaga había tirado de la cadena y el partido ya se había colado por el sumidero. Además, daba la impresión de que el objetivo ya tenía que ser encajar el menor sonrojo posible.

Pero aún quedaba otro capítulo que lamentar justo antes del descanso con el penalti y la segunda amarilla de Sergio Sánchez, por si había algún atisbo de esperanza. Larrivey no perdonó desde los once metros.

En la reanudación y tras completar los peores primeros 45 minutos del Málaga en lo que va de curso, Schuster, desde la grada, apostó por evitar un mayor desastre que por buscar la remontada. Debutó Casado y volvió a jugar Darder. Algo de coherencia en el equipo que le dio equilibrio y empaque para un segundo asalto lleno de lagunas y dudas.

Sin embargo, la buena predisposición no evitó que Falqué volviera a hacer otro gol de bandera tras dejar sentado a un desafortunado Angeleri (63´). El 4-0 era una puñalada al corazón malaguista e incluso se ponía en jaque el average, que por fortuna se salvó ayer.

Casualidad o no, coincidió con la entrada Iakovenko los mejores minutos del Málaga. Su conexión con Amrabat -de largo el mejor del conjunto blanquiazul- dejó un poso de esperanza. Un clavo ardiendo al que agarrarse en los duros meses que quedan por delante. Algo con lo que levantarse y ser optimista ante tan duro revés.

El holandés se dejó la piel. Peleó, bregó y corrió todo lo que pudo y más. Lo hizo de delantero centro en la segunda mitad, pero su fútbol parece tener sentido y coherencia. Al igual que el del ucraniano. Parece que ambos hablan el mismo idioma. Y así quedó demostrado en el gol del honor del nuevo «10» blanquiazul. Puede que fuese algo de maquillaje en los minutos finales o la constatación de que aunque fuese con diez, con orden e intensidad los canales fluyen mejor.

La derrota, sin duda, es un paso atrás para el Málaga CF. Una ocasión perdida para abrir brecha y para dejar a un rival directo alejado en la clasificación. Ahora los blanquiazules siguen a cuatro puntos del descenso a expensas de lo que haga hoy el Valladolid. La pelea sigue, pero la condena al sufrimiento parece ya inevitable.