­La depresión económica del país rebobina la cinta para mostrar imágenes vividas hace décadas. Los malagueños que en los años sesenta del pasado siglo cruzaron las fronteras para echar raíces en países como Alemania, Suiza, Francia, Bélgica u Holanda miran para el sur viendo como se repite la escena que cambió sus vidas.

Las escasas posibilidades de futuro y el paro desembocan en la emigración que se convierte en un camino seguro. En definitiva, la búsqueda una vida mejor cuando se está al borde de la ejecución hipotecaría o llegar a fin de mes se convierte en un calvario. Es la historia de familias del Valle de Abdalajís que han comenzado a escribir un nuevo episodio de sus vidas en la región belga de West Vlaanderen con billete de ida a la espera de que el país les muestre esperanzas de trabajo.

Los primeros vallesteros partieron hace tres años para comenzar desde cero con un nuevo idioma y cultura, cambiando las montañas por las verdes laderas y llanuras características de Bélgica.

Un camino que tomaron gracias a la mano tendida por un empresario belga prejubilado que se ha convertido en un ángel de la guarda, después de salvar el futuro de decenas de parados.

La ayuda desinteresada de Marc Noreillie ha abierto las fronteras de Bélgica a estos malagueños que le estarán eternamente agradecidos por convertir sus futuros inciertos en un trabajo estable y bien remunerado. Decenas de padres de familia han sido contratados en el mundo de la construcción al contactar este Salvador con compañeros de profesión.

Asimismo, Marc hizo de intermediario en el alquiler de viviendas en la región belga, consiguiendo además mediar en la contratación de las mujeres en fábricas de bolsas de papel, en la limpieza, hoteles o en una fábrica de champiñones. «El único problema es conseguir alquilar un piso porque solo lo dan a gente que conocen y necesitan que hagamos de intermediarios», explica Marc.

Más de sesenta vallesteros han estado en Bélgica, aunque muchos han vuelto por encontrar un trabajo en España o volver con su familia tras ahorrar un dinero.

Afincados en las ciudades de Tielt, Ledegem, Waregem o Oostrozebeke les separan más de 2.000 kilómetros de sus raíces a las que añoran, aunque siendo conscientes de poder disfrutar de una vida mejor.

La barrera idiomática ha sido el peor escollo. Al menos dos días por semana acuden a clases particulares de neerlandés, aunque en la zona donde residen el flamenco es el dialecto de la región. Una dificultad para los más mayores que ha sido pan comido para los pequeños que en tan solo seis meses se han hecho con el idioma.

«Tranquilidad y calidad de vida». Así definen su experiencia en el país belga estos malagueños agradecidos a aquel que un buen día les dio todo sin recibir nada a cambio. «Lo que ha hecho por nosotros es complicarse la vida sin tener un porqué», expone Raquel Romero, quien insiste que Marc además es un apoyo para todos: «es la primera persona que llama si mis niños están enfermos y con el primero que podemos contar si nos quedamos atascados en la nieve».

«Para mí es un placer poderles ayudar. Hay gente que traen personal de fuera al país y yo no gano ni un duro porque es más la gran satisfacción de ayudarles», confiesa Marc.

De otro lado, Laura Pérez explica que el sueldo es más alto que en España, aunque «tampoco puedes ir con la fantasía de vivir súper bien, porque ganas lo mismo que hace cuatro años cuando España estaba en su pompa. No tienes para ahorrar, pero si para pagar casa aquí y allí».

«Hace once años nadie en el pueblo sabía ni donde estaba Bélgica y ahora te encuentras veinte coches con matrícula belga», expone Marc refiriéndose al cambio que ha dado la vida de los habitantes de este tranquilo municipio.

Y es que los vallesteros conducen sus vehículos durante 24 horas cuando vuelven por vacaciones. Un largo camino, aún más de vuelta, al irse cargados de productos de la tierra como aceite de oliva para pasar el frío invierno.

Las relaciones con los belgas -confiesan- son al principio distantes para afianzarse con el tiempo hasta el punto de que «se convierten en tu familia». Es el caso de los Ruiz Pérez que en sus dos años en el país belga han sido «adoptados» por Erick y Yanil, un matrimonio mayor con el que comparten gran parte de su tiempo libre.

No obstante, lo normal son las amistades surgidas en las fiestas de cumpleaños de los compañeros de clase de los más pequeños. Sin embargo, nunca olvidan de donde vienen y los fines de semana quedan todos los vallesteros para pasar un rato de futbol y charla recordando lo que se dejaron atrás.

Las posibilidades de viajar, de conocer mundo... son otras de las cosas buenas que tiene para estas familias haber salido de su tierra. Muchos no conocían el país y ahora han tenido la oportunidad de viajar por las fronteras belgas.

La mayoría quiere volver, pero también confiesan que Bélgica se ha convertido en su segundo hogar. Los que se fueron siendo parados de larga duración o con trabajos precarios no sienten tanto anhelo. El fin de este periplo o su estacionamiento definitivo en el país europeo lo marcaran los niños y las posibilidades que en el futuro les brinde su país.

El altruismo de un belga cambia la vida de decenas de familias

Marc Noreillie, natural de Waregem (Bélgica), aterrizó en Málaga hace veinte años para trabajar en una empresa de construcción belga. Residió en la Costa del Sol durante cinco años, incluso se compró una casa en Guadalmar, pero su amor por la naturaleza le llevó al interior, al Valle de Abdalajís, donde tiene una vivienda hace 11 años y pasa unos cuatro meses al año. Gertrudis, su mujer, también adora el pueblo al igual que sus dos hijas y nietos. La amistad que le une con sus habitantes le animó a poner su granito de arena para sacar del paro a decenas de desempleados. «La crisis en España es muy fuerte, en Bélgica no es tanto. Empezamos hablando de broma con dos amigos que me dijeron que querían venir a trabajar a aquí y no dude en ayudarlos», indica Marc. «Tengo muchos amigos belgas que necesitaban mano de obra en la construcción y en el Valle necesitaban trabajo por eso les ayudé», concluye este ángel de la guarda.

"Si no nos vamos a Bélgica hubiéramos perdido la casa. Ha sido un comienzo"

Laura y Fernando residen desde hace dos años junto a su hijo Hugo en Ledegem, un pequeño pueblo situado en la provincia de Flandes (Bélgica) a unos 15 kilómetros de Francia. La crisis económica les empujó a dejar a su familia y la casa que aun están pagando en el Valle de Abdalajís. El cabeza de familia llevaba casi dos años en las listas del antiguo INEM y con el sueldo de Laura en ayuda a domicilio no les llegaba para pagar las facturas. Por ello decidieron «liarse la manta a la cabeza e irnos», indica Laura quien lamenta que «si no nos vamos a Bélgica hubiéramos perdido la casa. Ha sido un comienzo». Fernando llegó tres meses antes que el resto de la familia para trabajar en una empresa de fabricación de casas de madera gracia a la ayuda de Marc, un belga con pasión por el sur. El idioma fue un obstáculo para Laura a la hora de buscar trabajo, pero todo llega, y ahora está felizmente empleada como limpiadora en un hotel a 15 minutos de su casa. Esta pareja treintañera describen una vida plena y tranquila aunque añorando a la familia y amigos de los que les separan más de 2.000 kilómetros. Permanecerán en Bélgica hasta que la situación mejore, aunque prevén que «aún nos queda tiempo aquí».

"No teníamos presente. Ahora tenemos presente y calidad de vida"

El día en Tielt (Bélgica) amanece a las cinco de la mañana, cuando suena el despertador de la Familia Espejo Cantarero, que se reúnen en la cocina para comenzar el día con buen pie. Fueron los primeros en abrir el camino de los emigrantes del Valle de Abdalajís hacía Europa hace tres años. Francisco Javier abandonó un empleo fijo de guarda nocturno que compaginaba con una carpintería en el pueblo en la que trabajaba como autónomo. Una jornada que al final del mes se traducía en un solo sueldo por los impagos: «Íbamos tirando, pero asfixiados». Un aliciente para coger sus maletas y empezar de cero. El cabeza de familia encontró el trabajo perfecto como carpintero montando parquets. María Teresa, su mujer, pasó los primeros años cuidando de sus hijos, Lucía y Juan Rubén, hasta que consiguió un empleo en una fábrica de bolsas de papel, dejando a sus espaldas dos años de paro en España. «No teníamos presente. Ahora tenemos presente y calidad de vida» explica con una sonrisa María Teresa. «Compartimos mucho más tiempo toda la familia. Hay gente que tienen ganas de volver, pero nosotros nos lo planteamos año tras año», resalta esta familia que a pesar de estar como en casa siempre mira a sus raíces.

"El futuro de mis niños lo veo mejor en Bélgica, aunque hemos pensado en volver"

La burbuja inmobiliaria sacudió la economía de cientos de familias que vivían de la construcción en la provincia de Málaga. Una de ellas fue la de José, vecino del Valle de Abdalajís, dedicado al encofrado. Con poco más de 30 años se vio sin futuro tras dos anualidades en el paro, ya que con el sueldo de Isa, su mujer, dedicada a la ayuda a domicilio no les llegaba «ni para pagar la hipoteca». Pero siempre hay luz al final del túnel. Gracias a un empresario belga prejubilado, Marc, sus vidas cambiaron y desde hace dos años viven en Tielt, ciudad a la que se trasladaron con sus hijos Guillermo y Pablo. José fue colocado en una empresa de restauración de parquets e Isa en una fábrica de bolsas de papel. «La casa la hubiéramos perdido seguro si no nos hubiéramos ido a Bélgica», indica Isa, quien señala una vida mejor que la tenían en España a pesar de «llevar para delante las dos casas». «El futuro de mis niños lo veo mejor en Bélgica, aunque hemos pensado en volver», expone la joven pareja que disfruta con sus nuevos amigos en su país de acogida, como la profesora de guardería de Guillermo que ha pasado algunos días por el Valle. El pueblo que siempre tendrá las puertas abiertas para cuando quieran volver.

"Nos fuimos para darle un futuro mejor a nuestros hijos. España estará aquí siempre"

Con toda la vida por delante pero con unas expectativas de futuro que se desvanecían en un pueblo pequeño a pesar del amor que sienten por el lugar que les vio nacer, la familia Muñoz Romero decidió empezar a escribir una nueva historia en Bélgica dejando atrás el Valle de Abdalajís. «Nos fuimos para darle un futuro mejor a nuestros hijos. España estará aquí siempre», apunta Raquel, quien a sus 27 años se siente dichosa por la adaptación de sus hijos, Coral, de un año y Francisco Javier, de ocho. El padre de familia, Francisco Javier, fue el primero en iniciar esta aventura hace dos años. Oostrozebeke les ofreció un trabajo en la construcción a Francisco y un empleo de limpiadora a Raquel. Francisco dejó su trabajo en la gasolinera del Valle: «Si nos hubiéramos quedado viviríamos al día. Ahora podemos ahorrar. Trabajamos mucho, pero está bien pagado y estamos conociendo otra cultura». Tal es el bienestar en el país belga que la hermana de Raquel, Evelyn y su marido Juan, decidieron emprender viaje hace tres meses. Han pensado en volver aunque también sienten que han encontrado un precioso hogar que les abrió los brazos desde el principio y no está fuera de sus planes, si lo marca el destino, quedarse a vivir para siempre.