A Caillou, creado por la canadiense Christine L´Hereux en 1989 y llegado a nuestras pantallas en el 2006, le acaban de dar el premio al mejor personaje infantil del año en la IV Edición del Festival Internacional de Comunicación Infantil El Chupete, que se ha celebrado esta semana en Valencia. A Caillou, que tiene cuatro años y una hermana pequeña y que es calvo como un opositor a notarías, las aventuras más emocionantes que le suceden son del tipo de montar en un tren, ver a un reno beber en un lago, ponerse aletas y gafas de bucear y chapotear en su piscina de plástico, intentar averiguar la procedencia de un ruido raro que hay en su casa (y que era el gato, claro) o contemplar extasiado cómo trasquilan a una cabra. Caillou, su hermana, sus padres, su abuela, el revisor, el guarda forestal, el pastor, el cartero, el lechero: todos los que aparecen en sus capítulos, que duran cada uno cinco minutos, son bondadosos hasta el almíbar, reidores compulsivos, exaltadores fanáticos de la normalidad, enemigos tácitos de la imaginación, cotidianos como la leche, correctos hasta decir basta. Pero a los niños les gusta; en España, al menos, lo ven más del cincuenta por ciento de los que tienen entre cuatro y seis años, y desde el 2006 se han vendido en nuestro país un millón doscientas mil copias de la serie. Muy diferente Caillou de Tolola, una niña inglesa que sólo come si sabe que los guisantes y las zanahorias no son guisantes y zanahorias sino, respectivamente, una lluvia de gotas verdes de otro planeta y las naves espaciales de los habitantes del mismo. La diferencia entre el primero y la segunda es que ésta cree en la fantasía como motor del crecimiento, como formadora de valores, como parte central del gozo de vivir, mientras que aquél sólo está cómodo con todo aquello que puede ser domesticado con una risa floja y tonta. Tolola es pasión por lo abierto y lo lejano; Caillou es el preso que se ha tragado la llave de su celda para que nadie pueda sacarle de ella. Dos modelos, sin duda, de educación que quizás sean complementarios, que es lo que me hace pensar mi hija, la cual, hoy por hoy, disfruta tanto con el predecible notario canadiense como con la traviesa extraterrestre inglesa.

Pero el personaje de ficción más importante de la semana es Tom Waits, que por fin está actuando en España, concretamente en San Sebastián y en Barcelona. Porque Tom Waits, en efecto, no puede ser real: sus letras escritas en el mismo ojo del huracán (uno de los mejores poetas contemporáneos), su voz retorcida como una enredadera de flores venenosas, su presencia gélidamente incandescente, su magnetismo de animal que se alimenta de meteoritos, ese rostro de mineral picado con furia en el fondo de una mina por hambrientos buscadores de oro. Tom Waits, este cantante y actor de dibujos animados que sin saberlo escribió ´Burma shave´ para salvarme la vida cuando yo era vulnerable y me arrastraba indocumentado por las afueras de mí mismo, es el siguiente paso pedagógico que le reservo a mi hija: de Caillou a Tolola y de ésta a Waits sin apenas estadios intermedios; de hecho, ya tararea alguna de sus terriblemente necesarias canciones, aunque todavía yo intente traducírselas rebajando sus palabras de aguardiente puro con varios litros de zumo de piña y agua fresquita.