Hasta hace cosa de un par de semanas, creíamos que uno de los problemas que tenía nuestro país era que la política estaba judicializada. Cuando las responsabilidades políticas dependen del dictamen de los jueces, estamos en una situación semejante a que si le damos o no una ostia al niño deba ser algo que tenga que dirimir el psiquiatra o el inspector de la Consejería de Educación (autonómica, por supuesto).

No hacía falta ser muy perspicaz para barruntar que al juez Varela, instructor del caso Garzón, le llegaría una querella, pero esto no se quedará así, porque sea cual sea el resultado de esta querella, ya deberá de haber otras querellas para demandar a los jueces, que entenderán si la querella se admite o no se admite a trámite, sea su decisión una o la otra, porque no van a faltar querellante, ni vagones de madera.

Llegados a este punto, echo en falta en el último espectáculo de Els Joglars, donde se hacen referencias a la Reina Leticia y a un festival Taurino en Japón, retransmitido por televisión, que no se haga una referencia al estudio de la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña.

Recuerdo que la obra de teatro de Els Joglars transcurre en el futuro, un futuro en el que las garantías de nuestro sistema judicial demuestra tanta fortaleza como debilidad nuestra economía. De recurso en recurso, la ceremonia de la confusión aumenta, y va a haber que alquilar los pisos de al lado, porque con estos metros cuadrados no nos va a caber tanta sentencia nonata, tanto recurso y tanta querella.

Que vayamos a terminar con los toros no creo que sea buena noticia para los toros, pero que la Justicia se judicialice, casi me parece peor a que se politice. Al menos, con los jueces politizados, podíamos esperar lo que harían con el hipotético carnet cosido a las puñetas. Así, hay tantos conspiradores que casi me dan ganas de desinteresarme de este asunto.