Rafael Calderón Almendros toca la trompeta. La música es su vida. Una vida con cuarenta y siete cromosomas y un sueño. Ese microscópico cromosoma de más lo distingue de otros chicos que no tienen el puente nasal deprimido, el cuello corto, la hendidura de los ojos oblicuas, la boca pequeña, baja estatura y muchas posibilidades de padecer trastornos de corazón entre otras enfermedades. Su sueño, en cambio, es muy común. Ser aquello que más le gusta, ganarse un sueldo con su vocación y que su familia se sienta orgullosa de que lo consiga. En el caso de Rafael Calderón es ser trompetista de la Banda Municipal de Málaga. Seguro que lo consigue. Oído, ilusión, esfuerzo y capacidad de trabajo no le faltan. También cuenta con la experiencia de formar parte de la Banda Juvenil de Miraflores-Gibraljaie y de haberse ganado el aplauso de sus profesores y del público en algún que otro concierto del Conservatorio en el que ha ejecutado más de un solo de trompeta. No sé si Rafael Calderón sueña con el Night in Tunisia de Dizzi Gillespie, el In a Silent way de Miles Davis, los Preludios de Bach de Timofei Dokshizer o con el Gloria in excels Deo de Händel de Maurice André. Cuatro grandes maestros de la trompeta que han hecho más mágico el jazz, el Barroco y la música de Oratorio. Tal vez sus sus modelos a seguir sean otros. Da igual. Sean quienes sean sus ídolos, seguro que nuestro trompetista malagueño da el do de pecho. Se emociona tocando hacia dentro y emociona hacia fuera al público que lo escuche. Y sobre todo, es feliz desarrollando su vocación. El trabajo que lo igualará con el resto de sus familiares y de sus amigos, que también trabajarán. Aunque a lo mejor ellos no lo hacen en lo que más les gusta. Rafael Calderón no es único. Hace unos días, el protagonista era Manuel Romero. Otro joven andaluz cuyo cromosoma de más no le ha impedido grabar su primer disco de flamenco, ´La voluntad hecha voz´, bajo el sobrenombre de Manolo de Santa Cruz. Y antes que ellos estuvo y está Pablo Pineda. Otro ejemplo de superación.

Los tres. Cada uno de ellos representan a un colectivo que en España lo componen más de 35 mil personas. Chicos y chicas que sienten, que luchan, que estudian, que consiguen un empleo, que aspiran a conseguir su independencia y que logran abrirse paso en una sociedad dividida entre los que los ven como una pena para sus familias, comos seres indefensos y no rentables y los que saben que pueden hacer realidad sus sueños. Que si ellos tienen un cromosoma de más, muchos tienen unas cuántas neuronas de menos. Para que los miles de síndrome down puedan ser ellos mismos, diferentes e iguales, es importante que sus padres no caigan en el error de sobreprotegerles, de crearles una dañina dependencia por miedo a que sean víctimas fáciles de una sociedad propensa al escarnio, al sarcasmo, a excluir o reirse de los débiles. En esto último habría que especificar qué es ser débil. He visto en mi familia a síndromes down con bastante sentido común, con más fuerza y alegría ante las adversidades y tragedias que sumen a otros en un pozo negro. Lo importante, diría incluso que lo vital, para que los síndrome down desarrollen sus capacidades, es necesario que la familia sepa educarlos en su realidad, en su ilusión, en el trabajo de la voluntad, en la confianza en ellos mismos y en su derecho a ser libres. De un tiempo a esta parte su esperanza de vida es mayor. Ha pasado de los treinta a los sesenta años. Y a pesar de que el 70% de las empresas con más de cincuenta trabajadores incumple el 2% de empleo obligatorio, determinado por la Ley de Integración Social de Minusválidos del 82, poco a poco se les abren las puertas del mercado laboral. Los cambios son lentos. La idiotez, las reticencias y el miedo humano también. De momento, Pablo, Manuel y Rafael han conseguido hacer su sueños realidad. Hay otros menos famosos que también lo han logrado o están en ello, sirviendo de estímulo, rompiendo barreras. Conquistado su futuro. Un día serán muchos. Tal entonces los demás nos demos cuenta lo que vale tener un corazón 21.