De pequeño, yo estaba convencido de que, al morir, lo que se escapaba del cuerpo no era el alma, sino el esqueleto. Recuerdo vagamente la ilustración de un cuento en la que se veían varios esqueletos blandos, como si estuvieran hechos de humo, ascendiendo hacia el cielo. El esqueleto era el alma, en fin, por lo que yo le tenía un respeto enorme. Cuando algunos de mis compañeros se rompían un brazo o una pierna, cosa no infrecuente en aquellos recreos bárbaros, para mí era como si se hubieran roto el alma. No entendía por qué presumían de ello ni por qué todo el mundo ensuciaba la escayola con sus firmas. Un servidor era esqueletista al modo en que otros son animistas.

El otro día, en un taxi, el conductor se empeñó en explicarme las diferencias entre la Selección de Fútbol española y el Real Madrid. Las conozco porque me las han explicado estos días varios taxistas. Y no sólo los taxistas: también el carnicero y el del Butano, y el del quiosco de periódicos, además de mis cuñados (tengo varios, todos sabios, como corresponde a la condición de cuñado).

–La diferencia –dijo el taxista observándome a través del espejo retrovisor- es que la selección tiene esqueleto y el Real Madrid no.

–¿El Real Madrid es entonces invertebrado? –pregunté yo ingenuamente.

–Dígalo como quiera, el caso es que carece de bastidor.

Me quedé de piedra porque la palabra bastidor está también fuertemente connotada para mí. Mi madre y mis hermanas bordaban mucho. Para ello, colocaban las telas sobre unos bastidores de madera que fabricaba mi padre. Los bastidores eran cosa de hombres, mientras que el bordado era cosa de mujeres. A mí, sin embargo, lo que me gustaba era el bordado. Pero nunca se me ocurrió equiparar bastidor a esqueleto.

Salí del taxi confundido por este ejercicio asociativo involuntario (como casi todos) y entré levitando en la consulta de mi psicoanalista, donde me pasé los 50 minutos de la sesión hablando (o siendo hablado, no estoy absolutamente seguro) de esqueletos y bastidores. Los bastidores, cuando mueren, también van al cielo.