Qué tienen que ver los toros con esto. Es como el chiste aquel de que donde se ponga una buena corrida… Cuando el cabildo canario decidió terminar con la fiesta taurina no hubo tantos medios internacionales informando, como ahora, ni los titulares de los telediarios nacionales se llenaron de cuernos como ayer. La prohibición de los toros en Cataluña es un asunto «identitario», palabra que en boca de un partido nacionalista convierte en oro político propio todo lo que toca.

Porque se han prohibido los toros españoles, no los ´bouls´, o mejor, als bouls catalanes que se siguen corriendo en tradiciones en el interior de las ´veguerías´ (que ya no provincias, cuya aprobación administrativa es el último de los pulsos del tripartito catalán a la tardía sentencia del TC sobre el Estatut). Tampoco la Junta de Andalucía, al revés que la Generalitat, está aprobando medidas para proteger la aquí llamada Fiesta Nacional por un rapto de tauromaquia genética. Esta comunidad se juega mucho dinero en su entramado taurino, entre ganaderías y concesiones administrativas de plazas de toros como nuestra Malagueta, por ejemplo. Y también se la juega con su opinión pública, que tiene más enraizada que la catalana su taurofilia y olé.

La mezcla que se está haciendo de los intereses políticos independentistas con las aspiraciones de los grupos contra el maltrato animal ha supuesto la mejor estrategia para quienes querían que esto pasase. La trascendencia mediática pone a lo catalán en primera línea frente a lo español. Cataluña dándole el último rejón de muerte al símbolo que tantas banderas españolas ha rellenado durante el Mundial de fútbol, al animal cuya silueta se mantiene sobre algunas colinas del territorio peninsular; sobre esta piel de toro anacrónicamente cartografiada, según parece, que ya no se recortará más por la Monumental de Barcelona.

No soy taurino, aunque reconozco que hay aspectos coloristas y rituales de la fiesta que me soliviantan por dentro. No soy antinacionalista, pero reconozco que la voracidad interminable de los partidos nacionalistas me vuelve el alma jacobina. En definitiva, que prohibir lo uno o lo otro no me parece la mejor manera de erradicar nada. Incluso potenciarán el efecto contrario.

Asumir una dosis de contradicción responsable, como mal menor ante lo imposiblemente perfecto, habla de la madurez de una persona, de todo un pueblo y, cómo no, de una clase política. Hay maltrato animal en las corridas de toros, cómo negarlo. Pero también lo hay en múltiples manifestaciones públicas y privadas que no cabrían en este artículo. Sin embargo, en una corrida hay muchas más cosas, y no hablo sólo del obligado reglamento. A la historia de la poesía y del arte no le han pasado desapercibidas.

Se han hecho muy mal las cosas políticamente hasta llegar a esto. Y esta prohibición catalanista es otra más que nos lleva a casi todos a ninguna parte. Conviene estar preparados.