Desde hace seis años, cada mañana paso por delante de Pink Flamingo Collections, una peculiar tienda situada en calle Gaona que se presenta repleta de reediciones de discos de Sun Records –sello en el que grabaron Elvis, Jerry Lee Lewis, Carl Perkins, Roy Orbison y Johnny Cash, entre otros muchos– y de artículos que recuerdan la imborrable huella cultural dejada por el primigenio rock and roll de los años 50. Lejos de ser un panteón de viejas glorias, el Pink Flamingo es la sede de la activa discográfica malagueña Sleazy Records, que distribuye a nivel internacional referencias del mejor rockabilly, surf instrumental y rhythm & blues de entonces y de ahora, y el epicentro del Rockin´ Race Jamboree, un festival que cada año, y ya van diecisiete, convierte a Torremolinos en la capital europea del rock clásico. Al fondo, entre cajas de vinilos, cedés e imágenes de Eddie Cochran y Buddy Holly, siempre está Guillermo Jiménez Pou, su responsable, a quien admiro por su inquebrantable empeño y con quien comparto el respeto con el que trata el género musical al que dedica su vida.

Escribo sobre Guille –así le llaman todos– porque ayer comenzó una nueva edición del Rockin´ Race, una iniciativa privada que moviliza dos sectores fundamentales en el desarrollo de una ciudad: la cultura y el turismo (en ese orden). Gracias al rock and roll, son miles las personas que peregrinan hasta el Palacio de Congresos de Torremolinos para disfrutar de los grupos que participan en el festival. Suecos, franceses, británicos, italianos, rusos e incluso japoneses amantes de la brillantina y las faldas con vuelo vienen a mover las caderas atraídos por el cartel de artistas y los atractivos precios de la temporada baja. El Ayuntamiento de Pedro Fernández Montes, que cede el uso del Palacio de Congresos, debería estar orgulloso de esta actividad, pero no lo parece: en la página web del Consistorio (www.ayto-torremolinos.org) no hay una sola referencia al Rockin´ Race, ni siquiera en la sección Agenda Cultural. María José Jiménez Velasco y Encarnación Navarro, concejalas de Turismo y Cultura torremolinenses, respectivamente, aún no han terminado de leer Ensayo sobre la ceguera, así que poco más se les puede pedir.

Durante este fin de semana, serán cientos los medios de comunicación que pongan sus ojos en Torremolinos para mostrar cómo se desarrolla esta reunión anual de teddy boys a la vez que los políticos de la capital turística de la Costa del Sol miran hacia otro lado. La contribución del Rockin´ Race en la difusión de una imagen de Torremolinos como un destino dinámico, preocupado por la cultura, atento con los jóvenes y capaz de organizar grandes eventos es impagable. Así que larga vida al Rockin´ Race, una celebración que, sin el apoyo institucional que merece, supera en calidad y forma al manido Día del Turista, al insulso campeonato de Baile Retro y a la nueva feria ExpoGay. Y todo gracias a Guille y a su espíritu rockero