Estas palabras conforman un bonito sintagma nominal que todos necesitamos que se siga dando en nuestro país. Pero la realidad a veces supera la ficción. De ahí que cuando uno observa y siente lo que está sucediendo en nuestro entorno cercano, comience a dudar de que este supuesto estado de providencia sea algo que nos atañe. En efecto, se ve en un país con un 20% de su población en paro, donde los investigadores más conspicuos tienen que emigrar por falta de presupuesto, las empresas no cobran sus facturas de las propias administraciones, y el endeudamiento de las familias y el Estado se aparece como una dura realidad que no debemos soslayar…

Por tanto, la exégesis del Estado de Bienestar como derecho inherente al español es un error de partida. Los derechos hay que ganárselos soportando de manera estoica las obligaciones dimanadas. Sin embargo, hay ciudadanos con posibilidades de trabajar en lo que sea y siguen prefiriendo mantener su modus vivendi en el lamento, y buscando a quién culpar de su situación. Pero quizás en estos momentos los españoles debamos aplicarnos la frase célebre de John F. Kennedy: «No te preguntes qué puede hacer tu país por ti, pregúntate qué puedes hacer tú por tu país».

En España y en toda Europa hay una nueva realidad, y a tenor de lo que está aconteciendo en la zona euro, la población en general debe cambiar sus variables psicográficas y eliminar de cuajo los tics de nuevo rico. Que nuestra riqueza ha bajado en términos absolutos es una verdad incuestionable. De ahí que debamos seguir reajustando el estado de bienestar y saber elegir dónde seguir metiendo la tijera, sí o sí.

Sería una contumacia el creer que no podemos dar marcha atrás en asuntos que puedan considerarse logros sociales.

Si no se pueden mantener en su totalidad habrá que hacer recortes, pues donde no hay, ¿qué podemos hacer? Antes acudíamos a pedir prestado, pero eso se acabó por suerte, ya que si seguíamos por esa senda íbamos a dejar en herencia a nuestros hijos un país endeudado y en la bancarrota. No ser consciente de la realidad es lo peor que nos puede pasar. De una crisis sólo se sale entendiendo que se está en ella (para salir de un hoyo que hemos hecho lo primero es dejar de cavar) y asumiendo que se deben tomar medidas duras en las que todos sostengan su parte alícuota y, así, evitar que siempre paguen los mismos: los más débiles, ingenuos y desinformados. Por esta razón hay que subir los impuestos a las rentas más altas. La solidaridad debe comenzar por los sujetos pasivos más activos del país y, por tanto, los que más ganancias obtienen de su trabajo, actividad y riesgo empresarial. Eso sí, siempre que aseguremos que estos impuestos van a parar a manos de gestores públicos que lo aplicarán de manera eficiente.

Otra medida que no podemos demorar es el copago sanitario, como única vía de financiación adicional. El sistema sanitario se enfrenta a una serie de realidades sociológicas como son el envejecimiento de la población, la irrupción masiva en pocos años de la inmigración, los problemas de dependencia, y por último una sociedad cada vez más medicalizada. Y ante ello no se puede seguir incrementando el presupuesto sine die.

No hay más cera que la que arde, y a esa luz debemos acostumbrarnos por la cuenta que nos trae.