Hay hábitos que nunca cambian. No cambian ni con la crisis, ni con las modas, ni con la introducción de nuevos productos. Me refiero a aquellos pequeños placeres de la vida adheridos al lado goloso de nuestro cerebro y que sin ellos una experiencia ociosa tan normal como disfrutar del verano o ir al cine no serían lo mismo.

No se concibe verano sin calor, y el calor del verano suele casi vencerse a golpe de helado. De palo, de hielo, en cono o tarrina, mezclado con café, de yogourt o hasta en batido... Las heladerías son negocios veraniegos y hacen su agosto en agosto, en julio, junio y septiembre... ya puestos... Y ante la estacionalidad, o para cuadrar las cuentas, o por la subida de los precios de los productos básicos, o porque ya no hay establecimiento en Málaga que se precie sin aire acondicionado y sillas acolchadas (que su dinero cuestan), dificilmente se halla un helado por menos de dos euros.

En cono, de hielo, de palo o en tarrina... El helado ha pasado de ser una chuchería de niños a una delicatessen. Y es que ya no hay cuatro sabores como antaño –fresa, chocolate, vainilla y tutifruti–, sino que el catálogo es tan amplio que surge la duda de si habrá mucha diferencia de sabor entre los helados de chocolate, Kinder, Kinder Bueno y Ferrero. Reflexiones varias: ¿Deberían los helados de Kinder traer regalitos como en los huevos? ¿Cómo demonios hacen un helado de milhojas? ¿Hay alguien que consuma helados de tutifruti? ¿Porqué pedimos helados de turrón siempre que nos acompaña alguien que no es de Málaga? ¿Sería Isabel Preysler capaz de ofrecer bolitas de helado de Ferrero Rocher a sus invitados en sus fiestas de piscina?

–¿Una bolita de helado?

–¿De chocolate?

–De Ferrero, como en la fiesta del embajador.

–Prefiero los de chocolate belga de la heladería de mi barrio.

A lo que iba: la costumbre tiene un precio, y aunque la crisis azote nuestros bolsillos seguimos disfrutando de ese placer kilocalórico que cobran a precio de oro. Aunque para precio de oro están las palomitas, imprescindibles para ver una película en el cine y que con un refresco, más un piscolabis en un local de comida rápida, hacen la cuenta de la experiencia cinematográfica aproximadamente igual que la de una cena en un restaurante de cinco tenedores. ¿Se han dado cuenta que en la mayoría de los cines de Málaga no sirven vasos de refrescos de menos de 750 mililitros? Ya no hay ración pequeña, solo mediana y grande. ¡Ah! Y la infantil, que con ella por supuesto te encajan algún tipo de merchandising.

Sobre todo, ¿hay alguien capaz de terminarse ese vaso gigantesco de refresco y no levantarse al servicio durante la película? Sin duda nos tienen amarrados, porque por mucha crisis somos incapaces de renegar del helado en verano y de las palomitas en el cine. Somos animales de costumbre.