Por momentos, tengo la sensación de que vivimos en la constante repetición de lemas, artículos, fotos o videos que nos reafirman, machaconamente, en las que consideramos como «verdades indiscutibles». Las mayorías están hoy refugiadas en el silencio de una espera angustiosa, tratando de avizorar un «perfil» de futuro que nadie sabe dibujar todavía. Silenciosa la mayoría, en los extremos se sitúan dos actitudes igualmente poco justificadas racionalmente: la de los que siguen golpeando, un día sí y otro también, al derrumbado Zapatero, tal vez porque la sonrisa incólume del hace rato ex presidente (aunque todavía alguien crea en la «verdad institucional» de que aún lo es) le atrae más odios que el ceño adusto que debería haber ensayado para acompasarlo al desastre que nos dejó; y la de los que embisten contra Rajoy antes siquiera de que haya asumido el primer encargo que se hizo a sí mismo, que es el de sentarse «al mismo nivel» que Merkozy (Merkel+Zarkozy). Todos sabemos que lo del «mismo nivel» también es mentira, una más de las que nos rodean y que sostienen, como barajas torcidas, el castillo de naipes que es hoy la sociedad occidental y su desdemocratizada democracia.

Atacar a ZP o a Rajoy no es más que una inercia. El «psoecialista» (la palabra «socialista» está en la ITV y quién sabe si la pasará) invita a olvidarlo lo antes posible, sin que se libre de que le reclamen judicialmente por algunos daños. Y a Rajoy se le pueden adivinar las peores intenciones o las peores «obligaciones», según se mire, pero ya no se trata de darle aquellos antiguos 100 días de espera, sino de dejarle al menos 24 horas de margen.

De momento lo más fácil es seguir repitiendo los eslóganes pre-electorales algo que es menos aburrido que esperar a que uno se termine de ir y el otro empiece a llegar!

Estos «tiempos muertos» son propicios para observar las muecas que la realidad nos hace cuando parece que no está ocurriendo casi nada. Y que las sospechas y las premoniciones se hacen certezas por nuestra necesidad de juzgarlo todo. Tiene su gracia, por ejemplo, reproducir esta mueca: Fernández Toxo, dirigente de Comisiones Obreras, considera que Rajoy «es fiable, un hombre de buen talante y se puede hablar con él». Uno que rompió la unanimidad: ni siguió empecinado en golpear al que se va ni se apuntó al coro que nos previene de lo que más prevenidos estamos. Es probable que Comisiones Obreras quiera ser un apéndice del gobierno, sea quien sea el que gobierne. Y no es menos cierto que Rajoy tendrá que hacer lo que diga Merkozy (o «Merkadozy»), le guste o no le guste.

De lo dramáticos que son los ajustes ha quedado constancia con una mueca de antología: Elsa Fornero, la ministra de Trabajo italiana, solo pudo articular la frase: «Nos ha costado…» y ya, sin más palabras, rompió a llorar. Se supone que iba a añadir «sacrificio», según completó Mario Monti, el tecnócrata que anunció la renuncia a su sueldo de Primer Ministro y ministro de Economía. No quiero pensar que la ministra lloraba porque había tenido que recortarse su propio sueldo: todo indica que lo hacía por la cantidad de tijeretazos que dieron a la sociedad italiana.

Otra curiosa mueca de la realidad en estos días: el diputado Rafa Larreina (de Eusko Alkartasuna, partido hoy integrado en la coalición abertzale vasca Amaiur) va a ser quien visite al Rey en nombre de dicha fuerza y le va a pedir que reconozca que España es un «Estado plurinacional» en el que hay muchos habitantes que «no somos españoles». Larreina, según hemos leído, es «miembro destacado del Opus Dei». ¡Jo! ¡Cómo es la realidad de escurridiza! …Todos desconfiamos de los sondeos pero al fin los miramos con ojos crédulos, como a los meteorólogos. Y aquí viene otra mueca: en Estados Unidos están descalificando los anuncios de los encuestadores porque dan resultados enormemente diferentes según llamen a teléfonos móviles o se conformen con encuestar en los teléfonos fijos, lo que resulta más barato.

La realidad se burla de nuestros intentos de trocearla y enterrarla en nuestros esquemas, siguiendo, como está de moda decir, el consejo de Jack el Destripador: «Vayamos por partes». Cada vez que analizamos la realidad, la matamos y le hacemos la autopsia. Y cada vez que la «resucitamos» le encontramos algo nuevo, algo que nunca le habíamos notado.