Una de las manifestaciones más evidentes del frenazo experimentado por la actividad constructiva es el conjunto de solares y fachadas sin edificios que se han incorporado al paisaje urbano de los centros históricos españoles. En Málaga, zonas interiores a la originaria y compacta ciudad medieval, como calle Granada o Beatas, mantienen, como decorados congelados por una súbita glaciación económica, la actividad promotora en el momento en que se quedó. Tal cual. Uno se imagina hasta los operarios sosteniendo sus herramientas inmóviles, cogidos por sorpresa, a la espera de que vuelva el calor.

La permanencia de realidades urbanas, habitualmente pasajeras en los procesos de cambio de una ciudad, nos obliga a repensar su nueva naturaleza para intentar encontrarle el sentido o posibles soluciones a situaciones estancadas, que parecen esperar a que todo vuelva a ser como era para poder repetir los mecanismos que aplicados con destreza parcial ayudaron a encontrarnos donde estamos. La zona del Museo Picasso, que generó a partir del 2002 una sobreexpectación en el rendimiento de los pases de balón, se convirtió paradójicamente, en un anticipo de la inactividad privada que en el resto de la ciudad eclosionaría a partir del 2007.

Recientemente, la Escuela de Arquitectura de Málaga, planteó desde su Cátedra de Construcción, una serie de propuestas para solares, que compatibilizan uso público y propiedad privada, evitando su degradación y el riesgo de contagio. Nuevas respuestas ante nuevas situaciones. Asimismo, muchas fachadas apuntaladas y sin edificio que envolver, hablan de relaciones interespecíficas muy escasas en el reino animal, como la tanatocresis del cangrejo ermitaño y su ocupación de conchas vacías. Como ellos, los edificios se vacían de los organismos residenciales previos para ceder la gruesa concha de sus fachadas a otros proyectos.

Singular elección, que valida soluciones pasadas y ocupaciones de suelo menos optimizadas material y espacialmente que las posibles actualmente. Se precisan nuevos planteamientos urbanos y acciones mejor adaptadas a una realidad cambiada y cambiante que huye de la norma. Los neandertales carecían de mecanismos de mutación genético, y sus descendientes, copias sin variaciones de sí mismos, fueron incapaces de adaptarse al cambio de sus hábitats. Nuestros abuelos en cambio, supieron hacer del cambio su mayor potencial.