Con dos narices. Nuestro flamante presidente ha decidido retar a la Comisión Europea, y como «decisión soberana», como ha dicho el propio Rajoy, dice que el déficit bajará al 5,8 por ciento, pese a que nos piden que llegue al 4,4. Ése es nuestro objetivo, supongo que por un lado más realista, pero por otro, poco ambicioso. Es como el que se presenta a un examen con la intención de sacar, como se dice en nuestra tierra, un cinco pelao, o por los pelos, como ustedes prefieran. ¿Estudiaremos para conseguir sólo el cinco (algo muy arriesgado) o es que sabemos que no llegaremos a más del aprobado? Merkel piensa en la primera opción, de ahí que diga que «no tiene sentido flexibilizar el déficit». Olli Rehn, por su parte, ha pegado el tirón de orejas y advierte que es importante que cumplamos para recuperar la confianza de los mercados. Confianza que sólo con la apertura de la boca de Rajoy se ha disipado un poquito más: ahí tenemos a nuestra prima de riesgo, otra vez a la altura de Italia.

Todo esto en una jornada en la que se dio a conocer que la oficina de desempleo de Málaga ha recibido otros 5.000 nuevos usuarios, cuando ya se empiezan a notar los efectos de la reforma laboral, esa que el presidente dijo que iba a crear puestos de trabajo pero que por ahora sólo ha servido para que algunas empresas se hayan acogido a esa parte del decreto que dice que si registran pérdidas los despidos sin motivo pueden ser procedentes. Todavía no sé en qué parte de la reforma se especifica la fórmula mágica para crear empleo, y creo que no soy la única porque hasta el mismo Gobierno ya advierte de que cerraremos el año con un 24,3% de personas en edad de trabajar desempleadas. Bueno, en su defensa dicen también que los efectos de la reforma laboral los notaremos en el 2013. Uf, con el panorama actual, de recortes, de manifestaciones violentas que llegan a la portada del New York Times y de desesperación, qué lejos queda aún el 2013.

Siempre me he preguntado cómo veremos esta crisis económica dentro de 20 años, si con el tiempo apreciaremos si fue más dura o menos que el famoso Crack del 29, y qué quedará en los anales de la historia sobre los presidentes que tuvieron la mala suerte de vivirla. Si las medidas que aplicó para salir de ella fueron tímidas e ineficaces, quedarán en el olvido; si por otra parte tomó cartas en el asunto, serán recordados como pseudodictadores, cuya imagen permanecerá oscurecida en los libros de historia. Podrían ser víctimas, podrían ser verdugos de la coyuntura, o las dos cosas a la vez. Y es que no habrá héroes en esta batalla, sí villanos. Nuestros derechos están retrocediendo, los avances de los tiempos de bonanza desaparecen. Esperemos que sea por un buen motivo.