La situación es alarmante y para los ciudadanos es difícil entender lo que ocurre. Más aún cuando los propios economistas no se ponen de acuerdo en la fórmula adecuada para sacar a España y Europa de la actual recesión económica. Durante años vivimos todos engatusados por la opulencia, por el dinero fácil, complacientes con el derroche en el gasto público, aplaudiendo la construcción de aeropuertos sin aviones, sembrando España de obras faraónicas para calmar el ego de políticos que se creían faraones o césares romanos y, sin previo aviso, el castillo de naipes de la economía española se vino abajo con un simple estornudo de los mercados. La crisis económica-financiera mundial azotó entonces con especial virulencia a los países europeos y nadie pensó nunca que un estado de la Europa del euro entraría en quiebra y tuviera que ser rescatado. Ahora todo está bajo sospecha, en permanente revisión, y la amenaza de la intervención de España sobrevuela el país al igual que lo hizo en mayo de 2010.

Cuatro años de crisis han puesto en evidencia los métodos empleados para salir de la crisis y, lo más dramático, ha dejado al desnudo las imperfecciones de la construcción europea, su complejidad y su falta de liderazgo, hasta situar el proceso en una disyuntiva crucial como es la refundación de Europa o el naufragio absoluto.

En este periodo han desaparecido la mayoría de los gobiernos socialdemócratas en Europa, a los que los ciudadanos castigaron en las urnas como causantes de una crisis cuyo origen hay que situar en el otro extremo, en la voracidad de un capitalismo sin control. Que nadie olvide que los orígenes de la crisis fueron la gran desregulación financiera, que hizo posibles toda clase de abusos, y la falta de una política económica rigurosa, capaz de controlar y contener las burbujas, para no contrariar el fallido tópico de que el Estado debe apartarse de la economía. Y si el discurso socialdemócrata ya ha pagado sus errores al quedar fuera de numerosos gobiernos, también ha llegado la hora de que el fundamentalismo neoliberal que nos ha traído hasta aquí deba ser sometido a una profunda revisión pese a sus victorias en las urnas. El eurodiputado socialista, y expresidente del Parlamento europeo, Josep Borrell, definió muy gráficamente la situación en una entrevista: «Los gobiernos han jugado al póquer con los mercados y han perdido». Cierto, han perdido todos. Los de izquierdas y los de derechas. Un naufragio colectivo.

Analistas ven necesario una refundación de Europa, pues ha llegado el momento de que o se avanza en este proceso de construcción, con lo que implica de renuncias, cesiones y pérdida de las respectivas soberanías nacionales, o salta por los aires, con los sobrecostes brutales que ello entraña. La duda es cómo hacerlo. Es de sobra conocido que el euro es una realidad política, pero no económica ya que cada país aplica una estrategia fiscal diferente. Se ha comprobado que unir bajo una misma moneda países de desarrollo asimétrico sin una política fiscal y presupuestaria común era más un sueño romántico que un proyecto realista y práctico del que no se valoraron los inconvenientes. Pasó igual en 1945, cuando los aliados se repartieron África trazando sobre un mapa perfectos límites geográficos más allá de cualquier consideración histórica, religiosa e imponiendo banderas en países construidos de la nada. Hoy África sigue siendo un polvorín. Y Europa no se queda atrás. La prueba es que ante las mismas circunstancias unos países de la UE van a pique y otros sobreviven. Las costuras de la Unión Europea se están deshilachando a pasos agigantados, arrastrando a países al abismo, como Grecia que, a pesar del rescate, el FMI no descarta que quiebre y tenga que salir del euro y de la UE.

La política de austeridad que Alemania obliga a todos los países del euro es un camino lento y peligroso que está provocando más destrucción de empleo y compromete el crecimiento económico al cercenar los estímulos. Es fácil de entender. Sin crecimientos no hay más ingresos fiscales, ni menos paro, ni capacidad para generar recursos para devolver los altísimos intereses de los préstamos que pedimos. Con esta fórmula se entra en una peligrosa espiral donde sólo cabe la tijera, nada más que la tijera, pero llegará un momento donde no se pueda recortar más y nos daremos cuenta que el enfermo está ya en fase terminal y sin capacidad de generar ningún tipo de recursos que le permita respirar. Así llevamos cuatro años, con las bombonas de oxígeno en nuestras espaldas.

Frente a esta política del control del déficit público y de una austeridad casi prusiana, hay otra vía que reclaman los premios nobeles Stiglitz o Krugman, que alertan de que nunca los recortes han hecho remontar la economía. En esta misma línea se posicionaba Keynes cuando afirmaba en 1937 que «la expansión, no la recesión, es el momento idóneo para la austeridad fiscal». Y tenía razón. Recortar el gasto público cuando la economía está deprimida deprime la economía todavía más. Esto es precisamente lo que está ocurriendo hoy en día, ya que a ninguno de nuestros gobernantes se le ocurrió sanear las finanzas públicas cuando eran tiempos de vacas gordas. En esos días de felicidad extrema lo fácil era tirar de la chequera pública, despilfarrar y endeudarse con el único propósito de revalidar el cargo en las urnas a costa de onerosas promesas que hoy todos estamos pagando. Y lo dramático es que más allá del veredicto de las urnas a nadie se le ha exigido ningún tipo de responsabilidad jurídica por todos esos despropósitos. Incluso la mayoría no ha perdido su trabajo cuyo sueldo lo pagamos entre todos los españoles.

Habría que probar las propuestas de Stiglitz o Krugman, que abogan por realizar un extraordinario esfuerzo inversor público para generar estímulos en la economía, aunque esta vía debe realizarse con extremo rigor ya que una inversión pública que no sea productiva provocará nuevas deudas y no habrá formas de pagarlas. El debate, por tanto, puede ser que endeudarse no es malo en sí mismo siempre que se realice con criterio y no sea una vía para aumentar el gasto corriente, como ocurre en Málaga. Endeudarse para generar estímulos que incrementen el dinamismo económico, para invertir en investigación e innovación, para hacer una apuesta por la formación y el conocimiento son, sin duda, decisiones más necesariasque nunca. Y esto no debe ser incompatible con los recortes que nos exige la UE para cumplir con el objetivo del déficit que se cifró en el 5,3% del PIB. Llegó el tiempo para políticos audaces y con perspectivas de futuro.

Un modelo que se debería probar en Europa es el aplicado por Barak Obama, que ha enfocado la solución a la crisis desde una perspectiva más estimulante. Aplicó recortes de gasto público para evitar un déficit disparado, pero a la vez puso en marcha planes de inversión e incentivos económicos que parecen estar dando sus frutos al crear 1,8 millones de empleos nuevos y reducir su tasa de paro al 8,3%. La UE anuncia ahora que destinará 80.000 millones de fondos estructurales a estimular el empleo, pero el plan está sin definir mientras que la ortodoxia alemana somete a Europa a una dieta baja en calorías sin explorar nuevas vías que nos saquen del atolladero.

Poco margen ideológico. Y es tal la voracidad de esta crisis que el debate ideológico tiene poco margen de recorrido cuando éste es más necesario que nunca pues el adelgazamiento de lo público hace peligrar el estado del bienestar y las ventajas de unos grandes servicios públicos de calidad, derivados de la existencia de un Estado fuerte y suficiente. Pero las normas que impone Europa son claras. O España acepta las reglas que obligan a avanzar hacia la estabilidad presupuestaria para consolidar el euro, o se verá abocada al vértigo de un rescate, probablemente más doloroso todavía que el camino planteado y, desde luego, de resultado mucho más incierto. Zapatero ya hincó las rodillas ideológicas en mayo de 2010 para cumplir con las exigencias de Merkel-Sarkozy para evitar el rescate de España. Ahora, el actual presidente Mariano Rajoy también ha doblado el espinazo como se comprueba en las medidas aplicadas en sus primeros cien días de gobierno y en los Presupuestos Generales de este año, los más austeros de la democracia. Rajoy basó parte de su demoledora estrategia de oposición en acusar a Zapatero de plegarse a los intereses de Europa y arremetió contra su falta de autonomía económica. Hoy, Rajoy también es rehén de la Europa de Merkel y de los mercados.

Aunque la situación de emergencia nacional aconseja que todos rememos en una misma dirección y que se eviten debates menores en torno a los presupuestos que presentó Rajoy, las cuentas de 2012 no parecen ser una salida inmediata a la crisis como reconoció el propio presidente. El recorte en gasto social, un 25,6% menos de inversión en políticas de investigación y desarrollo, casi un 22% menos en políticas educativas, reducción drástica en inversiones..., siguen la senda marcada por la UE pero no aportan estímulos a la economía. Al menos, se debería probar la fórmula de Stiglitz y Krugman.