La imagen del todopoderoso ministro de Finanzas de Angela Merkel resolviendo un sudoku en su iPad supone el fin de la economía pero la apoteosis de los pasatiempos, la única ciencia numérica o literalmente irreprochable. Wolfgang Schäuble fue criticado con ferocidad por su aparente desliz en acto de servicio, pero en realidad estaba reconectando sus neuronas al embarcarse en un auténtico trabajo intelectual.

El ácido Schäuble se negaba a auxiliar a los países en apuros porque «no se da alcohol a un alcohólico». Al promocionar el arte de las nueve cifras enrejadas, aporta un entretenimiento asequible en tiempos de crisis. Ojalá hubiera habido más sudokus y menos proyectos irracionales de millones de euros en las cumbres financieras de la pasada década.

La culminación de un crucigrama ofrece mayor solaz para el espíritu que la masacre de elefantes en Botsuana, y a precios razonables. Los enamorados de esta ciencia soportan un calvario de reprobaciones por disipar la existencia en una pasión estéril. Cabría recordar que Alan Turing, padre de la inteligencia artificial, descifró los códigos nazis espoleado por el crucigrama del Times que resolvía a diario camino del trabajo.

Un siglo después, el Sunday Times de la misma escudería publica una entrevista con Stephen Kaufer, fundador del Tripadvisor –hijuela de las ideas aparentemente disparatadas de Turing– que ha revolucionado la valoración de los establecimientos turísticos a cargo de su clientela. Le preguntan:

–¿Y para relajarse?

–Mi nuevo pasatiempo son los crucigramas.

Subrayen «nuevo», la vitola de la inmortalidad. Nadie se sentiría solo en una isla desierta, con un par de libros de Killer Sudoku y una colección de los diabólicos dameros malditos de la dinastía femenina Montes. La inmarchitable Claudia Cardinale también incluye los crucigramas en su dieta, y la protofeminista Françoise Giroud transfirió a los puzles de geometría irregular la energía que antes había derrochado en la dirección de la revista L´Express, o como ministra en el gabinete de Giscard.

En este punto, los fundamentalistas mueven pieza y señalan la superioridad intrínseca del ajedrez. También para ellos tenemos una mala noticia, porque un ordenador puede derrotar a los hijos de Kasparov, pero todavía es incapaz de asimilar las sutilezas del crucigrama. Acabemos con el testamento de Kurt Vonnegut. «Ya no tengo nada más que decir. Dibujo, escribo a veces un poema, y me gusta trabajar en crucigramas».