La idea de que el mundo sea una obra inacabada, una creación sin rematar, es sugestiva. Muchos creadores dejan sin acabar la obra por alguna extraña razón, y, puesto que todo creador está endiosado, escalando la línea genética llegaríamos al séptimo día. En el fútbol el tejido del juego puede ser una obra de arte, un armónico crescendo sexual en el que la emoción sube en cada pase y carga la construcción de sentido. Cuando llega el gol todo el edificio se viene abajo en medio de un gran estruendo. Muchos centrocampistas y delanteros se enamoran hasta tal punto de la obra, que les da pánico ponerle fin. El goleador es el héroe de la victoria, pero, en lo más íntimo, se siente aguafiestas. Hay un miedo final, que puede verse como el pánico al fracaso, pero también al éxito, o sea, etimológicamente, a la salida. Como la selección no encuentre a su hombre sin miedo a la muerte va lista.