Con Carlos Dívar, presidente del Consejo General del Poder Judicial, en las cuerdas; con las críticas recibidas por el trato dado al ilustre imputado Iñaki Urdangarin; tras la reprimenda recibida por el tribunal sevillano que juzgó a los asesinos de Marta del Castillo, el servicio público de Justicia ha vuelto a demostrar que, cuando se pone, sabe hacer bien las cosas.

Ya ocurrió con el juicio del 11-M, el caso judicial más grave de la historia española por las casi doscientas muertes en Madrid a manos del terrorismo islámico: en aquella ocasión el juicio pudo celebrarse gracias a José Manuel Gómez Bermúdez, el juez malagueño que presidía la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional cuyas indudables dotes organizativas y mano izquierda permitieron que bajase al césped una pelota enviada a una notable altura.

Una vez más, con el caso Malaya, la Justicia ha respondido a lo que de ella se espera: con mesura, sin aspavientos, pero con la firmeza de un capitán curtido en mil mares, el presidente de la Sala, José Godino, y los magistrados Rafael Linares y Manuel Caballero Bonald, han sacado adelante el juicio más voluminoso de la historia judicial española: atención a los números: dos años de vista, 94 acusados, 180 sesiones hasta ahora; casi ochenta letrados en las vistas; centenares de testigos y peritos, etcétera... Ahora que se atisba el final del caso en el horizonte cercano: las vistas acabarán en julio, es hora de hacer balance y plantearse que el éxito organizativo es sin duda un motivo de alegría y alborozo entre la judicatura, aun cuando nadie pensase que una audiencia de provincias pudiera organizar semejante plenario. Otra cosa será lo que disponga la sentencia, el número final de absueltos o de condenados, si el dinero acaba en Marbella o no o los años de cárcel que les impongan a Juan Antonio Roca y su núcleo duro –si es que es finalmente condenado, lo que aún está por ver–.

Otro debate estriba en si es un macrocaso la fórmula ideal de proceso para determinar si en el seno de una corporación municipal ha habido corrupción. En cualquier caso, ahora vienen nuevos procesos que pondrán a prueba el buen hacer de los magistrados de la Audiencia: ya dieron prueba de su cintura Federico Morales con Ballena Blanca y Carlos Prieto con Minutas, pero en el horizonte ya se acercan

Astapa, con más de un centenar de imputados, Arcos, con medio centenar, y los casos de Ronda o Casares, con menos investigados pero de difícil resolución. La Justicia demuestra que sabe hacer las cosas bien, pese a que esté comandada, ahora mismo, por quien no merece tal honor.