Dinero por soberanía. Eso es la política. Europa se aviene a financiar directamente a la banca española apolillada a cambio de que la supervisión pase del Banco de España al Banco Central Europeo. Se quitan a Madrid competencias económicas en beneficio de la Unión: quien paga, manda.

Dinero por soberanía. O sea, soberanía en venta. El magnate del juego Sheldon Adelson quiere construir una réplica a escala de Las Vegas en algún lugar de Europa y va ofreciendo sueños a cambio de que las autoridades se pasen las respectivas legislaciones por el arco del triunfo. Todo tipo de legislaciones: urbanísticas, laborales, sanitarias, fiscales, medioambientales y de prevención de la ludopatía. Décadas de progreso social por el sumidero.

La propuesta es que el derecho soberano de los parlamentos a dictar leyes ceda ante el derecho soberano del dinero a imponer la suya, especialmente cuando van mal dadas. Los defensores locales del proyecto, y a su frente los asfixiados gobiernos autonómicos de Madrid y Barcelona, esgrimen las cifras de paro como réplica a cualquier duda, y amenazan con enviar a los parados a hacer cola ante el domicilio de los discrepantes. Todo muy democrático.

Aunque quizás lo peor sea la renuncia a aprender no ya del pasado, sino del presente.

¿Cómo hemos llegado al dolor de bolsillo que nos aqueja? Con un crecimiento de cimientos gaseosos, temporal por naturaleza, basado en el endeudamiento y en una mano de obra tan masiva como poco calificada, con olvido expreso de la competitividad que nace de la innovación y de la excelencia.

¿Qué nos propone Adelson para su isla maravillosa? Una gran operación basada en el endeudamiento (dos tercios de la inversión a cargo de los bancos) y en una mano de obra tan masiva como poco cualificada, cuyo número se reduciría drásticamente cuando el complejo ya estuviera construido. Entonces volverían a sobrar miles de peones de albañil, aunque habría trabajo para un cierto número de limpiadores y friegaplatos. Y si Nevada es el modelo, también para trabajadoras del sexo.

La burbuja inmobiliaria nos ahorró el necesario esfuerzo por poner al día nuestra estructura productiva. Ahora que la crisis nos enfrenta al reto, viene el de Las Vegas con sus malabares. Ojo con el pan de hoy que trae hambre para mañana.