Opinión | Tribuna

El periodismo no está enfermo

Suárez, en el Congreso en 1978

Suárez, en el Congreso en 1978 / EFE

Hubo un tiempo, ya lejano, que los periodistas, al menos una gran parte de ellos, fuimos activistas de tres conceptos e ideas que serían como su seña de identidad: democracia, autonomía y libertad. Corrían tiempos de transición, del paso de una dictadura a vivir en democracia y libertad. No fue fácil, como tienen dicho algunos preclaros periodistas de entonces como Iñaki Galindo, Enrique García, Juan Teba, Pilar del Río, Francisco Romacho y Mercedes de Pablos, entre otros muchos. Veníamos de donde veníamos, con no pocos periodistas montados, con gusto y placer no contenido, en la chepa de la dictadura franquista, con sobrenombres míticos en el arte de la represión y el control de las ideas, tal cual el almirante Carrero Blanco, el todoterreno Camilo Alonso Vega y un tal Manuel Fraga que se inventaría aquello tan propio de proclamar la libertad de prensa pero que no dudaba en soltarte una estruendosa filípica en su despacho de ministro de Información y Turismo si te pasabas de la raya, de su raya, vamos. Doy fe de ello porque lo viviría en primera persona siendo director de la combativa revista Gaceta Universitaria.

Pese a ello y a que hubiera no pocos periodistas que tremolaban sus ideas bajo los auspicios dictatoriales del estentóreo Blas Piñar, siguieran comulgando con los inalterables, para ellos, principios del Movimiento fascista y se arrodillaran ante los poderes económicos y eclesiales para no perder comba y cartera bien nutrida no recuerdo que se hiciera del insulto, del bulo, de la infamia, la calumnia y la difamación el uso que se hace hoy en día en algunos sucedáneos de periódicos y por quienes han hecho de las noticias falsas su razón de ser. Y lo que es peor, con un acólito de seguidores que no dudan en propalar tales falsedades que, recordando a Umberto Eco, se pueda afirmar que la miseria intelectual, el fango, la mierda y la basura se han instalado en quienes sueñan y desean volver a tiempos en los que la derecha más carcundia imponía su ley.

Yo recuerdo que en aquellos primeros años de la Transición cuando se redactaba la Constitución que nos dimos en el 78 la pluralidad de ideas merecía señalado respeto, sin que el Congreso de los Diputados se convirtiera en almoneda del insulto, la provocación y el manejo de datos falsos para machacar al adversario político. No extraña, pues, que a la vista de lo que está sucediendo con una derecha que sigue con la mandanga de que el Gobierno que preside el socialista Pedro Sánchez es ilegítimo, por no dar pie a quienes, cada mañana, se despiertan en las ondas afirmando, sin rubor alguno, sino todo lo contrario, que hemos entrado en una dictadura que nos lleva a un régimen totalitario. ¿Qué sabrán ellos, capaces como son, de manejar, sin vergüenza alguna, la difamación y la falsedad?

Me vienen estos y otros recuerdos porque amo la profesión de periodista con más de 50 años de profesión. La amo y la siento viva y la deseo plural, sin ataduras al poder, pero tampoco bailando al son de quienes nos quieren llevar al pasado. En la entrega de las medallas del Ateneo, el profesor García Galindo, merecedor de una de ellas, nos dio una lección magistral, como todas las suyas, de cómo debe ser el periodismo, el ejercicio de esta profesión donde anide el respeto a las ideas y al adversario; todo lo contrario de lo que sucede hoy en día con una clase de periodismo y periodistas (pseudo) que han convertido en un mercado persa el ejercicio tan noble como es y debe ser decir la verdad, sin más ataduras que el contraste y verificación de cuanto se escribe. Me sigue sorprendiendo, y no lo puedo evitar y no sé cómo hacerlo, que periodistas que conozco personalmente, dotados de alto grado de formación y capacidad intelectual, se enmierden fabulando e inventando noticias falsas. No lo sé, pero algo debe haber detrás cuando son capaces de echarse al monte donde todo es orégano.

La actitud de esos marrulleros lleva camino de convertirse en una gangrena que puede extenderse a toda la profesión y me resisto a ello. De ahí que esté entre quienes, como han hecho asociaciones de la prensa y colegios de periodistas, libran una denodada lucha para proteger el sagrado deber de comunicar en verdad y como se recoge en la Constitución es preciso salvaguardar el derecho «a comunicar o recibir libremente información veraz por cualquier medio de difusión». Dice ‘veraz’, todo lo contrario de lo que hacen algunos medios, instalados en la mediocridad, el bulo, la insensatez y creerse con derecho al insulto y a la provocación. Este no es el periodismo que me enseñaron preclaros profesionales que tuve como maestros en mis ya largos años de profesión. Y por el que, cada día, lucho. El periodismo, el ejercicio de tan noble profesión, no está enfermo. Lo que sí lo está es en aquellos que pretenden hacer del mismo un lodazal. Apuesto a que no lo conseguirán.