Ojalá fuera el título de una película mala de Steven Seagal o de Van Dame. Pero no, sólo es un trágico epitafio, la causa de la muerte del piloto de helicóptero que intentaba sofocar el fuego que afecta a la provincia de Valencia. Se llamaba y se sigue llamando en el recuerdo de los suyos José Agustín Nieva Gómez. Era un militar en el retiro desde 2004 y acumulaba más de 4.000 horas de vuelo y una amplia experiencia en la extinción de incendios forestales, algunas de ellas voluntarias. Rozaba los sesenta años de edad. Formaba parte de las Brigadas de Refuerzo de Incendios Forestales (BRIF), que depende del Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, de carácter estatal, con base en Daroca (Zaragoza). Por eso, aún viviendo en Sevilla, participaba de las labores de extinción del incendio valenciano. Siguiendo el protocolo que conlleva estos casos, el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, y el presidente de la Generalitat Valenciana, Alberto Fabra, se reunieron anteayer con los familiares del piloto fallecido para trasladarles sus condolencias y también con el piloto y el copiloto de helicóptero heridos en un segundo accidente que ha provocado el maldito incendio y que están ingresados en el hospital La Fe de Valencia. Ayer, cuando esto escribo, el piloto permanecía ingresado en la unidad de reanimación y su pronóstico era reservado, mientras que el copiloto, que sufrió politraumatismos, permanecía estable.

Recuerdo que cuando intentaba llegar a casa a tiempo para ver la final de la Eurocopa, que luego resultó un partido histórico que tan buen sabor de boca nos dejó a los millones de españoles que lo vimos por televisión, pensé mientras oía las noticias en el coche en las personas que intentaban extinguir el fuego en Valencia y en cómo la realidad trastoca la importancia de las cosas en función de lo inesperado. Es fácil suponer que quienes se jugaban la vida intentando enfriar ese infierno preferían estar viendo ganar a España contra Italia en un domingo perfecto para estar en casa con la familia o con los amigos en el camping o en un bar cercano. Pero estaban allí, sin ni siquiera poder oírlo por la radio, extenuados ante la gravedad del incendio favorecido por las condiciones climatológicas. José Agustín no volvió a celebrar la victoria de España, ni llegó a ver extinguido el incendio. Unas manchas de fuel en el agua señalaron el lugar del embalse donde se hundió su aparato. El resto son ya recortes de periódico y pésames oficiales.

El ejemplo heroico de un grupo de futbolistas bien avenidos y formidablemente escogidos por Del Bosque, su capacidad para jugar limpiamente hasta el último minuto como un equipo, vayan ganando o no, es positivo para el país y sirve de metáfora en momentos de crisis para aquello de «juntos podemos». Pero el heroísmo verdadero está mucho peor remunerado en este país, y menos aplaudido.