Agustín García Calvo fue siempre un rebelde incómodo, un hombre clandestino en medio de la realidad, el tiempo y la democracia que nunca dejó de cuestionar en sus clases, en los ensayos, poemas, artículos y conferencias, al igual que hizo con Dios, la democracia, el individuo, la familia, o la pareja. Con ese aire libertario a medio camino entre los bandoleros románticos y el canta autor Leo Ferré, García Calvo fue una de las voces más populares y corpulentas para los jóvenes de los sesenta, los setenta y los ochenta. Las décadas en las que las universidades eran el ágora (que muchas veces estaba en la cafetería) donde aprendíamos una lectura profunda de la política, la mejor tradición del humanismo, la rebeldía del lenguaje y un pensamiento indisciplinado. Las armas necesarias para transformar una sociedad y un mundo (a los que paradójicamente estamos volviendo con el peligroso síndrome del cangrejo) a través de uno de los conceptos preferidos del profesor de Zamora: hablar es hacer. Desde que en 1965 apoyó el levantamiento de los estudiantes, gesto por el que le despojaron de su cátedra, hasta el movimiento 15M, al que cada tarde visitaba en Sol, nunca dejó de ser un combatiente lúcido, comprometido y vitalista, el símbolo del arte de decir no a casi todo. Pero por encima de cualquier otro calificativo fue el único intelektual que, en este país, ocupó el sistema para descoser el envés del poder, los discursos de la realidad y la idea omnipresente y omnívora del dinero, realidad de realidades. Ese activismo le condujo a tener que fundar sus propias editoriales, Lumia y Lucina, para publicar sus brillantes textos cuya esencia leit-motive fue la permanente indagación acerca del ser y el no ser. Sin duda, su profundo conocimiento de Heráclito, de Homero, de Sócrates, de Virgilio y Platón entre otros filósofos, fueron el fundamento de unas ideas cargadas de poesía y de la vivacidad revolucionaria que transmitía con su teatralidad , su insumisión y su simpática defensa del tren en detrimento del automóvil que crea personas sumisas y alienadas-excelente metáfora del sistema.

Con su muerte desaparece el pensamiento indisciplinado frente al poder que encarnó junto con José Luis Aranguren y Tierno Galván. La terna de los mosqueteros de la filosofía crítica y del compromiso que tuvo su D´Artagnan en la figura de José Luis Sampedro, la única voz, frágil y en espera de embarcar desnuda como los hijos de la mar machadiana, que nos queda en esta época que transpira muchos miedos entre los abusos y las disidencias. La misma en la que los intelectuales son sombras acomodadas en sus torres de marfil o refugiadas al abrigo de la literatura y de la filosofía divulgativa, en lugar de estar combatiendo el desencanto, el desprestigio de las ideas, el belicismo y el vacío de estos tiempos dominados por los licántropos de la economía, los falsos profetas de la política, la devaluación de las universidades y el mediocre discurso de quiénes abordan la realidad sin cicatrices, sin conocer el latín del lenguaje y los mecanismos de la revolución. Entre otras causas porque muchos gerifaltes de los programas educativos han considerado el latín una lengua muerta y el lenguaje un deseo desordenado.

Desvivimos un momento amargo, rehenes de la ebriedad económica, de la falta de arrestos de las políticas nacionales y del desahucio de un país que ha resultado ser un escenario de cartón piedra. La evidencia de que España, al igual que el resto de Europa, necesita más que nunca la figura y la voz del intelectual rebelde y comprometido, osado e independiente; lo mismo que se echa en falta el renacimiento de los ateneos (actualmente amenazados de cierre por inanición económica y de jóvenes afiliados, como le sucede al de Málaga) para promover preguntas, debates, acciones, el resurgir de un pensamiento crítico, coherente, fundamentado y constructivo con el que hacerle frente a una crisis que ha reducido las ideas a cenizas y nos ha convertido en sombras cercadas por el alambre de espino de los mercados económicos. Si ellos no dan un paso al frente, seguiremos siendo víctimas a la deriva en una interminable agonía.

Se nos ha muerto Agustín García Calvo, el pensador caleidoscópico, el insumiso fiscal que se negó a hacer la declaración de la renta durante años, el creador del himno de la comunidad de Madrid a cambio de una peseta, el eterno seductor, el Sócrates contemporáneo, el dramaturgo enamorado de Shakespeare, el poeta al que le deberemos siempre los versos de Libre te quiero, tanto en el amor como en el pensamiento, el maestro que deja huérfanos y más solos a los que todavía creemos que pensar es vivir. Y que vivir es mucho más que resistir.