Fue la palabra y las ideas lo que salvó al socialismo y acabó llevándolo al poder de nuevo en el año 2004. Siempre median otros factores, determinantes por el simple hecho de que están ahí y no podemos obviarlos, es verdad. Pero sin la palabra del joven Zapatero, sin aquel discurso en el que se mencionaba a María Zambrano frente a Ortega, nada hubiese podido ocurrir.

Ahora, a diferencia de aquella coyuntura de crecimiento económico a cualquier precio -un precio muy alto como vemos- el socialismo español, el europeo, debe luchar contra sus adversarios conservadores de siempre y, además, contra la impuesta sensación de que sus recetas no sólo son las mejores, sino que son las únicas. Desde fuera el mensaje no es mejor: en cuanto a relaciones de poder, las potencias emergentes se nos asoman vestidas de autoritarismo explícito o disfrazado.

Es necesario construir un socialismo nuevo. Comenzando con una transformación del mensaje, de la propia denominación del concepto, abandonando al menos en España el de socialdemocracia que nunca tuvo aquí siquiera una tradición. Porque las palabras cuentan, y mucho.

Por otra parte, tendremos que asumir porque se empeñan en ello los conservadores, que se ha puesto en cuestión el pacto de la transición. Aquel que se basaba en un acuerdo -el franquismo dialogante y la izquierda clandestina y represaliada- según el cual no se iban a pedir cuentas por las muchas y durísimas afrentas del pasado a cambio de la aceptación por aquel de que la nueva democracia española sería una democracia con un alto contenido social. Una reparación que plasmaba la Constitución, pero que ya digo que era además y sobre todo un acuerdo basado en la memoria del franquismo, en los sacrificios que en España le habían tocado a la izquierda desde 1936 hasta 1976. Un substrato moral constituyente de una sociedad madura capaz de entenderse más allá de los textos legales.

El socialismo andaluz cuenta con ventaja por el acercamiento unitario de la izquierda (y el asturiano, que incluye además a UPyD). Una práctica de integración de discursos y de experiencia de gobierno. Quizá habría que organizar ahí el debate conjunto, como hicieron el verano pasado novedosa y generosamente Comisiones Obreras y UGT en un curso de la UNIA en Málaga sobre el sindicalismo de clase del siglo XXI.

Un socialismo nuevo exige una profundización en la democracia mejorando sus principales actores y vías: los partidos políticos, los sindicatos, los procedimientos electorales y los medios de comunicación. Exige también una reforma de la economía en un sentido social y respetuoso con las leyes, muy especialmente en los sectores financieros, sin la renuncia de la izquierda a estar sólo de «oyentes» allí donde se deciden las políticas económicas. Y una cultura nueva que cumpla -con los intelectuales y artistas- el papel social y mental que la literatura, el pensamiento, la poesía, la música, el cine o las artes escénicas cumplieron en la extraordinaria y revolucionaria época de los 60 y 70. Hoy más que nunca la izquierda debe comenzar por ponerse a pensar sobre un nuevo mundo que nace y que requiere nuevas respuestas.

Zapatero es nuestro Azaña y nuestro Salmerón, la eterna ingenuidad de la izquierda, su bondad como defecto aparente. Es la recurrente anticipación a su tiempo del poder legítimamente ganado en las urnas y de la espera paciente del poder efectivamente ejercido en sus centros neurálgicos para recuperarlo. Un sistema que en España ha funcionado hasta 2008 por un pacto que ha frenado el uso del poder real del dinero por la fuerza moral de la memoria del franquismo.

Por eso es necesario un nuevo pacto social, porque este país conoce las consecuencias nefastas de la quiebra histórica de ese pacto en la II República española. Si esta crisis nos va a dejar fuera de los niveles de bienestar alcanzados es imprescindible encontrar un nuevo ámbito para la convivencia en democracia. Este no puede ser una equiparación al modelo chino de capitalismo, al empobrecimiento colectivo y al desequilibrio económico y social. A una sociedad de unos pocos privilegiados al estilo del liberalismo del XIX. A restablecer el liberalismo de 1812 más que celebrar el bicentenario de la Constitución de Cádiz, una constitución burguesa. El socialismo nuevo debe negociar ese nuevo pacto social que aspire a un reparto equitativo de las cargas de la crisis, que garantice como derechos los niveles justos de bienestar al conjunto de la población trabajadora. Para crecer, primero hay que ponerse de acuerdo en las condiciones sociales del crecimiento.

Este cambio que se nos impone en una transformación que es planetaria, exigirá un debate a gran escala de la izquierda internacional. Un pacto del viejo capitalismo con los parias del planeta. Ellos también quieren bienestar, y ya es hora. Porque si nuestro capitalismo deja de ser social, pierde la fuerza moral para exigir la libertad que requiere el siglo XXI. Tendrían toda la razón para preferir un sistema que al menos crezca. Hay también la necesidad de ese pacto global sin el que tendremos muy probablemente una nueva época de dificultades en el mundo. No hace falta recordar adonde han llevado a la Humanidad la combinación de ambición imperialista, autoritarismo y frustración social por las grandes crisis. El papel de la izquierda está ahí, aunque clame con sus anticipaciones idealistas. No puede, no podemos dejar de intentarlo.

[Fernando Arcas es profesor de Historia de la Universidad de Málaga]