Que Mahatma Gandhi no fuera premiado jamás con el Nobel de la Paz y en cambio se lo concedieran a reconocidos terroristas como Menachen Begin o Yasser Arafat, demuestra clarísimamente el valor que debemos dar a esas recompensas políticas que se arbitran de acuerdo a intereses coyunturales y que bendicen, de forma inmisericorde y connivente, la Real Academia de las Ciencias de Suecia.

Supongo que todos los lectores saben quién fue Mahatma Gandhi, el alma más pura que dio la humanidad y que nos enseñó, aunque no lo aprenderemos nunca, que la resistencia pacífica es la mejor arma para vencer al agresor, al violento, al poderoso. Gandhi fue un ejemplo tan colosal de lo que representa la solidaridad, la amistad entre los pueblos, el progreso, la civilización, el respeto por los animales y por el medio ambiente, que ni sus mismos seguidores fueron capaces de digerir sus enseñanzas y de continuar su obra. Y terminaron asesinándolo.

Cuando Alfred Nobel hizo su testamento para premiar, con los réditos de la fortuna que dejaba, a las personas que más destacaran cada año con sus aportaciones al avance de la Física, la Química, la Medicina o la Fisiología, la Literatura y la Paz, intentaba, y en buena medida lo consiguió, incentivar la investigación y el progreso del ser humano.

Creo que el criterio que debería imponerse en Estocolmo y en Oslo es el de la absoluta unanimidad universal. Nadie debe dudar de quien ha creado una nueva vacuna, de quien ha descubierto un nuevo fármaco, de quien ha escrito una obra literaria mundialmente reconocida. Sin embargo, discrepo de dos de los Premios: el de la Paz y el de Economía. Después de la muerte de Alfred Nobel, el Banco Central de Suecia propuso la creación del Nobel de Economía, que, a mi juicio, no encaja en el espíritu inicial del legado porque aporta un factor siempre político y siempre tendencioso con el que no todo el mundo, no todos los países, no todos los sistemas, pueden estar de acuerdo.

Y en cuanto al Nobel de la Paz, se lo acaban de conceder a la Unión Europea, algunos de cuyos países no han querido estar presentes en la ceremonia de entrega, seguramente por pudor y vergüenza. En La Unión Europea hay países que venden armas a gobiernos totalitarios. Nosotros, España sin ir más lejos, vendemos armas y nos quedamos tan panchos.

Una curiosidad: no hay ni un solo español en la nómina de los premiados con el Nobel de la Paz. Tenemos escritores y científicos, pero no gente cuyos servicios a la paz hayan merecido tan suculenta recompensa. ¿Tendrá eso algo que ver con algo?

Sin Prensa libre no hay democracia. Sin conocimiento no hay progreso. Sin cultura no hay entendimiento. Sin solidaridad no hay paz. Es una brillante idea estimular estos valores tan necesarios en una sociedad enferma, pero ¿no sería conveniente suprimir los estímulos a los señores de la guerra?

El Premio Nobel de la Paz podría denominarse en multitud de ocasiones Premio Nobel de la Guerra. A fin de cuentas, su creador lo que inventó fue la dinamita