El polifacético y enciclopédico Eduard Punset afirma que no hay crisis económica mundial sino occidental, ya que muchas partes del mundo registran crecimiento mientras nosotros nos debatimos entre austeridades y temores. El milenarismo que, más o menos en broma o en serio, nos ha agarrado con lo del calendario maya entronca con la oscuridad de horizontes en la España del recorte permanente, en los Estados Unidos del precipicio fiscal o en el Japón de la crisis interminable, aviso permanente de hasta cuándo se puede estar pagando la factura de un hiperendeudamiento. Pero en el resto del mundo hay una emergencia general de intensidad diversa, que se mantiene a pesar de recibir también los impactos derivados de nuestras dificultades.

No todo va mal, y el sur europeo no es todo el planeta. Como tampoco es del todo cierto que las últimas hayan sido las décadas del gran egoísmo, al menos según los datos recopilados por un periodista australiano proclive a mirar el lado guapo de la vida. Así, ha comprobado que en diez años el monto de las ayudas de los países ricos a los pobres se ha multiplicado casi por cuatro, a la que debe añadirse el crecimiento de las remesas de emigrantes, una cantidad que casi triplica la de las ayudas oficiales. Entre estas inyecciones y la energía propia, el tercer mundo progresa, y el ritmo de crecimiento esperado para la economía africana es del 4,5% para este año y del 4,8% para el próximo. La lucha contra la pobreza extrema se beneficia de tales progresos, y en veinte años la tasa de mortalidad infantil ha caído un 33% y la de la maternal ha bajado hasta casi la mitad. Y aunque no faltan noticias de guerras, Andrew Mack, de la universidad canadiense Simon Fraser, afirma que los conflictos armados se han reducido en un 40% desde el fin de la guerra fría, y los enfrentamientos con más de mil víctimas mortales han caído un 60%. Es decir, y visto en conjunto, que no estamos tan mal. Al menos, como Humanidad.

Y por lo tanto, no nos merecemos todavía el fin del mundo. Otra cosa es que quizás nunca nada vuelva a ser como era. Tal vez este cambio intenso, bisagra entre épocas, es lo que anuncia el calendario maya. O tal vez no, porque cambios más profundos ha habido en la historia sin que los mayas dijeran nada al respecto. Podemos pensar en ello mientras deglutimos las uvas de fin de año. Del calendario juliano.