Nunca he sido partidario de la descalificación sistemática de los políticos, ni de exigirles lo que no somos capaces de pedirnos a nosotros mismos, pero los hay que no hacen ningún esfuerzo para quedar bien. Se hace difícil persistir en la defensa del oficio político ante a la imagen de unos diputados jugando a un videojuego en la Asamblea de la Comunidad de Madrid mientras se aprobaba el paso previo a la privatización de seis hospitales y 27 centros de salud. No sólo se trata de una medida importante, sino que ha levantado una polvareda enorme, con huelgas y manifestaciones los profesionales del sector. Ha habido palabras muy duras desde ambos lados, y el presidente madrileño ha hablado de regular el derecho de huelga, que en realidad ya lo está, de manera que de lo que habla es de hacer más difícil su ejercicio. Ya ven que el asunto no es precisamente un trámite sin importancia alguna. La política social y económica del gobierno autonómico enciende la capital y hay diputados que se aburren en la cámara y se dedican a jugar a una versión digital del Scrabble llamada Apalabrados. En haber elegido este juego, y no el Supermario, o el Tetris, demuestran que son gente de letras con un extenso dominio del vocabulario. Como corresponde a alguien que se sienta en un templo del discurso y del debate, donde las únicas armas son las dialécticas. O deberían serlo, porque a la hora de la verdad, nada de lo que se diga modifica las decisiones ya adoptadas, los votos ya establecidos antes del debate. Pero incluso en presencia de dicha inutilidad, saber hablar es necesario para mantener la ficción de un parlamento útil, y también para explicarse luego en la calle, en los periódicos, en las emisoras de radio y televisión. Diputados letrados, universitarios, a menudo licenciados en Derecho. Seguro que baten récords combinando letras para formar vocablos. Les das una raíz y obtienen cien derivadas con los ojos cerrados. Y se saben todas las conjugaciones, tanto las regulares como las irregulares. Ya que tienen el diccionario metido en la cabeza, ¿han buscado las acepciones de la palabra «decencia»? ¿Y las de «cinismo»? ¿Saben cuál es el presente de indicativo de «dimitir»? ¿O tal vez su repertorio se agota con la expresión «lo siento mucho, no volverá a ocurrir»? Desde que el monarca decidió usarla y continuó como si nada, y encima el buen pueblo monárquico se lo perdonó, cualquiera se cree en el derecho de lavar cualquier falta con una disculpa en Twitter y que mañana sea otro día. ¡Año nuevo, llévatelos!