La primera adaptación al cine de El gran Gatsby se hizo en 1926, un año después de la publicación de la novela. Scott Fitzgerald y su mujer vivían en Francia, pero cuando regresaron a Estados Unidos pudieron ver la película en Hollywood. Por lo que Zelda Fitzgerald le contó en una carta a su hija, la película era tan horrible que ella y su marido se salieron de la sala. Por una ironía muy fitzgeraldiana, esa película muda se ha perdido, de modo que no podemos saber cómo eran los actores y los escenarios de una película que se rodó casi al mismo tiempo en que sus primeros lectores -no demasiados- leían la novela.

Después de esta primera adaptación de Gatsby hubo tres más -la última es la cinta de Baz Luhrmann-, pero parece que ninguna de estas películas ha conseguido atrapar lo que Scott Fitzgerald quiso contar en su novela. He leído razones de todo tipo, pero nadie ha reparado en que la verdadera razón de que El gran Gatsby sea una novela imposible de adaptar al cine se halla en la voz de quien la cuenta. Porque El gran Gatsby no es la historia de un millonario advenedizo que da fiestas interminables en su mansión de Long Island para seducir a la chica que lo dejó por un millonario de verdad. No. El gran Gatsby es la historia de un pobre hombre -el narrador de la historia, el honesto Nick Carraway-, que vive en la casa de al lado de Gatsby y que gracias a esa coincidencia puede conocer un mundo que hasta entonces le estaba vedado. Y todo lo que ocurre en la historia está filtrado por la mirada de ese narrador fascinado y a la vez repelido por todo lo que ve. Y si Gatsby nos parece un héroe trágico en vez de un vulgar macarra (en nuestros días sería una especie de El Pocero), y si en algún momento podemos dejarnos seducir por la irreflexiva y tontorrona Daisy Buchanan, es porque los vemos a los dos con la mirada candorosa y crédula de su vecino Nick Carraway. Y si no es porque ese vecino llega a sentir en algún momento que Gatsby en una especie de caballero medieval en busca de su Grial -en vez del macarra contrabandista de alcohol que se ha enriquecido en sólo cinco años-, nadie puede creerse la historia de amor de la novela. Porque ni Gatsby ama a Daisy con todos nos creemos que la ama, ni Daisy ama de verdad a nadie. Es tan simple como eso. Y eso es lo que resulta imposible de filmar: la mirada de alguien que se deja seducir por unos personajes que nunca dicen la verdad. Cuando Scott Fitzgerald escribía la novela, se inspiró en la forma en que Conrad narraba El corazón de las tinieblas. De hecho, el malvado Kurtz sólo existe en la medida en que es evocado por el hombre que lo trató en el corazón de África, ese capitán Marlow que quedó fascinado y horrorizado por lo que vio. Y cualquiera que lea la novela de Fitzgerald podrá ver que la forma en que va apareciendo Gatsby, siempre de una forma demorada o misteriosa, está inspirada por la forma gradual en que va apareciendo Kurtz en la novela de Conrad. De Kurtz no sabemos casi nada, aparte de lo que la gente dice y comenta y murmura, y todo lo que intuimos de él es lo que el narrador nos permite atisbar, aunque eso, que en realidad es muy poco, nos permite imaginar las cosas más terribles. De Gatsby sabemos más cosas, pero también son pocas e inconexas. En algún momento nos seduce, pero otras veces nos parece un chulito insoportable. Y si hay algo que lo redime, es que al final se deja matar por una mujer que en el fondo -y él lo sabe- es igual de despreciable que él.

Hay una anécdota muy fitzgeraldiana con respecto a Joseph Conrad, igual que la historia de la película que se perdió. En 1923, Conrad -que por entonces tenía 66 años- fue invitado por un editor a pasar unos días en su mansión de Long Island (un paisaje muy propio de Gatsby). Fitzgerald y su amigo Ring Lardner se enteraron de la visita, así que se emborracharon, fueron a la mansión del editor y se pusieron a bailar sobre el césped, intentando atraer la atención del maestro. Como era de esperar, un vigilante los echó de la mansión y Fitzgerald se quedó sin conocer a Conrad. Lo curioso es que esta escena real tuvo lugar cuando Fitzgerald escribía El gran Gatsby. Pero cuando pienso en esa escena -el jardín de la gran mansión, el gran hombre que está dentro, y los dos jóvenes admiradores que bailan borrachos, intentando atraer su atención, aunque todo sea en vano-, pienso que ahí está la clave de la novela, ésa que ninguna película ha conseguido descifrar.