El laureado economista Don Mariano Rajoy ha dicho en Valencia que «en este país, el pesimismo está en retirada» (aplausos). No quedó claro a qué país aludía, ni quiénes se lo creen además de él y sus palmeros. Me recordó a Rodríguez Zapatero cuando confundía el tornado de la crisis con una brisa pasajera. Fue por ello justamente triturado y dejó su partido hecho unos zorros. Aunque es improbable que de esta postración surjan críticas épicas, sería prudente no jugar con tautologías tan temerarias. No lo quieran los hados, pero si los presuntos datos que maneja el insigne economista citado son flor de un día, al igual que tantas otras veces en los dientes de sierra de las horas malas, habrá que observar cómo envaina. O cómo no envaina. Verba volant, dice el adagio. Vuelan, sí, pero no se olvidan. La imagen de mentirosos que tienen el ilustre y su equipo de investigadores y analistas es resultado de las palabras que volaron y las promesas que fueron flor de un día... electoral.

Es fervientemente deseable que todos regresen de la «cumbre de junio» con las manos llenas de algo más que palabras. No serían trágicas las manos vacías del PP, porque hay alternativa. Pero si van a Bruselas con un pacto de gran mayoría parlamentaria y son toreados por las lumbreras comunitarias, podemos morir de un ataque de risa tonta. Tal vez no quede una sola voz neutral que no haya pedido ese pacto de salvación del PP, PSOE, CiU, PNV y alguno más, cuyo carácter excepcional requiere un éxito incontestable en los foros de la eurozona. Todo conspira para que así sea, y con ello empezará a ser creíble que el pesimismo decaiga al menos un poco.

Mientras tanto, las sondeos sociológicos revelan todo lo contrario, y es una pena que los institutos correspondientes carezcan de la agilidad precisa para encuestar de un día para otro el efecto de afirmaciones como la formulada en Valencia por el precitado maestro de economistas. Sería una manera de hacerles meditar las palabras antes de echarlas a volar.

Ojalá que podamos relajarnos un pizco -sin alarmar al egregio economista Sr. Montoro- con buenas noticias de la cumbre comunitaria, sin constatar que «no aconteció cosa que de contar fuese» -dicho sea al cervantino modo- como tantas veces ha ocurrido. En sus cabriolas y volatines, las palabras que no subían los impuestos acabaron subiéndolos, y las que no tocaban las pensiones están en trance de masacrarlas. Volubles y tornadizas qual piuma al vento, las palabras son sustancia, no mera circunstancia, como bien enseñan filólogos y lingüistas. Incluso las salidas de picos ligeros pueden herir como lanzas si escapan al control de la moderación y al imperativo de la verdad. Todos estamos ávidos de optimismo a condición de que sea creíble.