El anuncio del presidente de la Junta, José Antonio Griñán, de no ser candidato en las próximas autonómicas cogió con el pie cambiado a su partido, al mundo político y a la opinión pública en general. Aún siendo probable que a la altura vital de Griñán y con unas elecciones aún a tres años vista fuera muy posible que no concurriera como cabeza de cartel, el gesto, por el momento en el que se produce, lanza un claro mensaje de regeneración política. Da paso a otra generación como él mismo ha explicitado. Detecta además un problema, como dijo en su discurso, que estriba en que no pueden ser los actuales pilotos los que reconduzcan una nave, la de la política y la de su partido, que no deja de hacer aguas.

Sería muy deseable no obstante que el PSOE no se ensimismara en sus adentros. Que no descuidara la acción política tendente a sortear los graves problemas de la sociedad andaluza. Griñán ha diseñado un camino que no cree demasiadas tensiones, aunque no ha podido evitar la convulsión en su partido. Ese camino pasa por organizar con mucha prontitud unas primarias. Despejar el camino a Susana Díaz, consejera de Presidencia, y que se la visualice de candidata enseguida. Está por ver que pueda agotar la legislatura, tal y como es su deseo. Se descarta que le ceda la presidencia antes de las elecciones. Tiempo habrá para ver qué efecto imitación produce el gesto de Griñán, audaz, en otros barones socialistas y hasta qué punto la honda de renovación que lanza alcanza a otros territorios y organizaciones. Griñán abre un amplio debate sobre la permanencia en los cargos. Muy saludable debate. En su alocución en la sesión parlamentaria de ayer, propuso que fuesen ocho los años que como máximo un dirigente pudiera permanecer en un cometido. La política andaluza entra en un escenario muy interesante. Izquierda Unida, socio de gobierno, ha abordado recientemente y con éxito la sustitución de Valderas en la coordinación de IU. Una fuerza que por otra parte exhibe bastante capacidad de maniobra y gobierno así como gran habilidad para marcar la agenda. Por su parte, el PP soterra el debate de la sucesión de Zoido, que es en realidad la sucesión de Arenas. Con el alcalde de Sevilla renuente, dando un paso atrás y otro adelante y sin que emerja una alternativa clara, los populares están en el riesgo de que los acontecimientos políticos se precipiten y no cuenten con un candidato. O con un candidato deseado y asentado. Griñán se va también cuando aún trata de arrojarse más luz sobre el escándalo de los ERE y la oposición no ha perdido la oportunidad de calificar su marcha como espantada producida por la presión de ese gravísimo caso de corrupción. El PSOE nacional, sobre el que el andaluz tiene gran influencia, observa el proceso tomando buena nota, por mucho que el entorno de Rubalcaba quisiera quitarle hierro y remarcar que el asunto es ajeno al calendario federal. Tal vez es un gesto de miopía política que no detecta los deseos de cambio de estilo, propuestas, líderes y rostros que tienen buena parte de los votantes de su propio partido.