­­­En Fiesta, Hemingway dio a conocer a medio mundo una pequeña ciudad que durante siete días se dedicaba a un extrañísimo y exótico jolgorio, donde cualquier cosa, desde lo más brutal hasta lo más bello, era posible. Me suena. Poder de descripción le llaman a eso. Era escritor y tenía pluma y corazón bien afinado. Amaba profundamente España. Sus sonidos, sus vistas, sus sabores y sus olores. Además de tener calle en Málaga, en el honroso y cultureta polígono de Azucarera-Intelhorce, el premio Nobel tuvo la oportunidad de conocer nuestra tierra. Al menos de deleitarse de sus sonidos, sus vistas y sus sabores. En el triángulo oloroso de la Vega, paisaje que también compartió con Gerald Brenan (que por cierto es una calle paralela a la suya en la ínclita área industrial) y en el que también descansa actualmente otro genio de la literatura; Antonio Gala. Serán esas mismas delicias que ya susurraba ese Al-Andalus disfrutón, de loza dorada y zambras en azoteas de la medina o las verdes huertas. Será ese color del cielo que entre los recuerdos y la vida pasan y parecen ser son los mismos. Ese color que tan bien nos describía el catedrático de Medieval de la Universidad de Málaga fallecido recientemente, Acién Almansa, que seguirá pintado allá donde este.Con su mesura y su profesionalidad. Despertando siempre vocaciones y amabilidades.

Apenas quedan recuerdos del paso del Nobel de Literatura por nuestra tierra, a pesar de que pasó casi un año entero. Será eso de la desmemoria. Algo que a el ya le sonaba. Hay cosas que no cambian, no sólo el color del cielo azul de nuestra Málaga ostenta ese estatus. Fijo que se partiría socarronamente con la montonera que dejaron los toros de Fuente Ymbro en la puerta del coso pamplonica. Todo revuelto. Los cuernos de los toros. Las caras aplastadas de los mozos contra los lomos de los bueyes. Un tapón humano al mejor estilo de las viñetas de las camisetas de Kukuxumusu. Lenguas fuera, gritos y alaridos. España en esencia. Y entre medias la desmemoria. Esa que hace que ni sepamos en ocasiones cuales son nuestras raíces. Y nuestras identidades.

Probablemente habrá quien en la televisión de CNBC comentarían que, mientras los toros galopan por la calle, los valores en alza, están decididamente ausentes en un mercado español, totalmente atolondrado y bajista. De medias el corte obligado del banquero Español, el tal Artajo, que parece, la ha liado parda con el agujero de 4700 millones de euros en Jp Morgan acusándolo de «conspiración, falsificación de documentos y fraude». Por los presuntos delitos podrían parecer las «preferentes», pero no. Caminos diferentes de la misma versión.Cuestión del taco. El chorizo de cantimpalo, en esta tierra de falta de oportunidades, desgraciadamente es otra de las marcas indefectibles a desterrar de nuestra piel de toro. Denominación de origen con solera Lazarillo de Tormes. Si es con bota de vino, mejor que mejor.

Hoy puede que no esté de más una reflexión sobre la imagen de España que Hemingway proyectó y la España que relató. La narrativa que relata este Nobel internacional sobre España y que trasladó para siempre a la imaginación internacional se asienta en ese atávico pueblo primitivo donde no caben las medias tintas. «Son fantásticos cuando son buenos», «pero cuando son malos, son lo peor» dice de los españoles Robert Jordan, en Por quién doblan las campanas. Cuestión de mesura, de esa que sale en las pinturas de Goya, y que así pasen siglos, y a pesar de estar en democracia, parece tan difícil de desterrar.

Y es que uno piensa que una de las salidas para arreglar esto es la cultura. Su valor cívico. Esa base que siempre ha venido en los libros, en las conversaciones, en esos Gala, Acién Almansa, Estrada, y yo que se cuantos ilustres malagueños o Españoles que nos cuesta tanto recordarles vivamente. Y que si le ponemos una calle, es en un polígono industrial. Que decir de una placa que diga donde vivió, escribió o pensó, para que puedan verlo miles de turistas y ciudadanos. Marca de identidad de ciudades culturales donde las halla. Bagaje de conocimientos, posturas y visiones del mundo que se adquiría gracias a ellos.Y a los que tenemos que estar tan agradecidos. Y claro. De estos polvos. Estos lodos. Y así nos encontramos según las estadísticas con un «analfabetismo funcional» de aúpa, produciendo una sociedad que nunca ha sido tan desigual económicamente.

La cultura siempre propicia el advenimiento de ciudadanos libres y con criterio, capaces de decidir respecto a los asuntos públicos, de construir opiniones fundamentadas y eso constituye siempre a un mayor estado del Bienestar. De ahí que la cultura, este como este. Es recíproco. Luego están los que señalan la incidencia positiva en las economías territoriales y la proyección exterior del prestigio cultural del país y la comunidad. Esa es otra, y creo recordar que era un eje de aquello que también parece que se nos ha olvidado (y sería, por el valor que ostenta de verdad, no sobre el marketing y la imagen, motivo de continuo esfuerzo para conseguir ese estatus de urbe cultural) y que se llamaba Málaga 2016, ciudad de la cultura. La cultura es algo más que la flor de un día. Quizás sea como dijo André Malraux en su bella frase; «la cultura es lo que en la muerte continúa siendo la vida». En Málaga y en Andalucía tenemos mucha vida. Ha sido así siempre en su historia. Apelemos a ella.

Javier Noriega es presidente de la Asociación de Jóvenes Empresarios (AJE) de Málaga