Tras la decepción por el nombramiento de Tokio como sede olímpica, hay que alzar la mirada hacia un horizonte más lejano. Pero en Málaga es mejor que caminemos cabizbajos. Los desniveles del suelo, las losas sueltas y la inmensa cantidad de excrementos caninos así lo aconsejan. El malagueño es humilde por imposición del urbanismo municipal y de la barbarie colectiva. Suelte el lector estas líneas ahora mismo si camina mientras lee, como si anduviera por cualquier lugar civilizado más allá de este municipio. Mire al suelo si pasea o deténgase si lo prefiere y continúe tranquilo y sano su lectura. La elección de Tokio nos ha hecho la puñeta a los malagueños sin que el armonioso País del Sol Naciente lo sepa. Los alrededores del estadio de la Rosaleda se van a quedar como están hasta que los dragones celestiales vuelen sobre el Fujiyama, o así. Hay misterios urbanísticos que la razón no comprende, y uno sospecha que el manual de arquitectura tampoco. Entre la Escuela de Idiomas de Málaga y el campo de fútbol, hay un aparcamiento separado del río por un muro ya antiguo cuya utilidad alguien debe conocer, sobre todo, la necesidad de esa altura que impide la visión de la otra orilla del cauce y que convierte aquella avenida y sus laterales en un desamparo que, por paradojas del diseño de esta ciudad, se encajona entre una escombrera y un muro que la oculta. Una zona deshabitada en medio de la ciudad como tantas otras. Uno de los posibles efectos de las Olimpiadas para la sub-sede malagueña quizás -incluso aquí hay que poner un quizás- habría sido la remodelación de aquellos espacios, y lo mismo hasta se habría limpiado o eliminado esa especie de alcantarilla abierta que existe a los pies del muro antes descrito, en la que se acumula una cantidad más que sobresaliente de basura de toda clase y que ahora, sin ningún tipo de incentivo externo, veremos cuándo se retira de allí. La filosofía municipal parece que transita por esos derroteros como de andar por casa; si uno no va a salir a la calle y nadie lo va a ver, entonces ni se afeita, ni se ducha, ni na de na.

Durante la década del ladrillo, el Ayuntamiento propició que la ciudad se expandiera hacia el extramuros que significaba Teatinos. Si la Junta lo hubiera permitido se habrían saltado también los límites de la ronda de circunvalación en un afán expansionista, propio de Los Ángeles cuando la fiebre del oro. El número de habitantes de esta ciudad no justificaba tal desparrame. Esas operaciones urbanísticas que recalifican terrenos ingresaron euros rápidos a los constructores y a las arcas municipales por vía de impuestos, pero con igual rapidez multiplican el gasto necesario para mantener una ciudad que ante cualquier revés multiplica su vulnerabilidad. Imagine el lector, que espero se haya sentado y no siga caminando, cómo se ha tenido que incrementar, por ejemplo, el gasto en gasolina de la Policía Local para atender una ciudad cada vez más destartalada. Hoy nos encontramos con una Málaga donde florecen los grandes solares vacíos en el Centro, con espacios hoscos como Martiricos, con obras a medio hacer a las que la crisis les firma una hipoteca incierta, tanto en la zona por la que paseo en estos párrafos, como en la avenida Juan XXIII. El Centro interesa sólo si van a verlo los cruceristas. La judería se limpió y urbanizó gracias al Museo Picasso, Pozos Dulces y los callejones tras los Martires disfrutan la suerte del Thyssen. Barrios como Lagunillas, por el contrario, se herrumbran sobre su mal destino. Ningún museo abre por ahí sus puertas y ningún crucerista se prevé en sus bares. Martiricos también queda tan lejano a los viajeros, como a los responsables de su limpieza o de su mejor integración urbana. Ya no somos sede sub-olímpica, ya podemos olvidarnos de aquellos espacios que seguirán cumpliendo la función de aparcamientos próximos al campo de fútbol o a la Escuela de Idiomas, tan necesarios para una ciudad que no ha sabido acompasar crecimiento y sostenibilidad si nadie le regala una institución o un evento. Name argo, hío. Name argo.