La tragedia de Lampedusa multiplica la dimensión de sus precedentes pero probablemente sea tan inoperante como ellas para generalizar la conciencia del problema africano. Este problema es inmenso en términos cuantitativos, por ser tantos los millones de seres humanos privados de las condiciones mínimas de supervivencia, pero sobre todo cualitativos: hambre, ignorancia, atraso cultural, costumbres inaceptables, guerras tribales, epidemias arrasadoras. A estas alturas del siglo XXI (con dos industrializaciones sucesivas y la tecnológica en presencia, la normalización del despilfarro tan solo moderada por la crisis, la ideología de la opulencia, etc.) clama al cielo que la única salvación sea la huida suicida o la inserción subrepticia, ilegal, en países y culturas hostiles, mejor preparadas para el rechazo que para la acogida.

La pregunta es hasta cuándo. Las oportunidades africanas no son para los africanos, pues habría que asumir de entrada una culturización integral que estimule el espíritu de iniciativa, la capacidad de emprendimiento y el método crítico. Hablar de que China desembarca en África es evocar un continente lleno de chinos que prosperan, no de algo mejor para los africanos que la mano de obra explotada. Son hirientes las constituciones y declaraciones de derechos que invocan a la especie humana y la olvidan apenas pasan la frontera nacional. La calidad de un humanismo, sea del signo que fuere, religioso, conservador o progresista, se acredita en las vertientes de solidaridad real, sin las cuales todo queda en charlatanería, más hueca cuanto más solemne.

Pero más acá de los conceptos idealistas, habría que empezar a preocuparse en serio de que los africanos se cansen de huir arriesgando su vida y la de sus familias, y confluyan en un grito movilizador de sus derechos a participar en los bienes del mundo, que es de todos. Lo que ahora no dan de buen grado los países desarrollados puede serles exigido algún día por la fuerza. ¿Y qué harán entonces? ¿Pasar por las armas a todos los inmigrantes? Nacer en uno u otro lugar no define el derecho a ser persona con la misma extensión y profundidad que cualesquiera otras. Lo ocurrido en Lampedusa es lo insoportable, lo que no puede repetirse indefinidamente sin que la rebeldía se generalice. En siglos pasados las masacres se localizaban en los barcos esclavistas. En la actualidad, las pateras reproducen un drama similar. Aunque solo fuera como país geográficamente afectado por la hipótesis de la diáspora incontenible, la voz de España debería sonar alta y clara en los foros internacionales obligados a hablar menos y hacer más por África.