Cantaba Triana eso de «Abre la puerta niña, que el día va a comenzar». Imagina, por un momento, que tus mañanas empiezan en un centro de arte. Que te levantas y encima de tu cabeza tienes, presidiendo tu habitación, un gran lienzo. Y sales de la cama, soñoliento, y asomas al cuarto de al lado, donde la colcha de tu madre forma parte de una instalación donde el blanco -blanco puro, blanco diente, blanco vivo- refleja los amaneceres de cada día... ¿Cómo debe ser eso de ser el vigilante de tu propio museo?

Casa Sostoa es algo así. Vamos, eso me imagino. La casa de un amante del arte que ha regalado cada rincón al arte. Como si siempre hubiera querido tener una sala de exposiciones en su salón, en su estudio o en su baño. Cualquiera puede tener su pequeña colección, pero Casa Sostoa es otra historia. Cinco artistas exponen en este espacio tan privado y tan abierto a la vez: Guillermo Martín Bermejo, María Bueno, David Escalona, Felipe Ortega y Emmanuel Lafont.

Para uno, que tiene en su habitación posters de El Padrino, Pulp Fiction y Scarface, abrir la puerta de Casa Sostoa es, al fin y al cabo, una experiencia cuasi inenarrable. Ver cómo habitan en perfecta conjunción las obras de arte con los elementos habituales de un hogar en el que hay vida, trabajo, ocio... Además, seamos sinceros, nos gusta mucho entrar en casas ajenas, aunque sea con la excusa de ver arte. El morbo de entrar en la vida de alguien, inventarte la historia de su vida según los libros que tenga, o cómo los tenga.

Si en lo público se recorta en cultura, los artistas y su creatividad deben buscar un hueco en la vida diaria, en las calles, en las salas o en las casas, donde sea. Bienvenidas sean iniciativas como estas o como la veterana Villapuchero. Málaga vive en estas pequeñas casas, no solo en grandes museos.