La astrofísica resulta del todo incomprensible para el lego, casi tanto como la poesía o la pintura para el que no es poeta o pintor, pero nos llegan de todas ellas el fulgor de algunas metáforas. Ya nos habíamos hecho a los agujeros negros, en parte gracias a Stephen Hawking, y pese a su aspecto terrorífico de enormes bocas capaces de tragarlo todo para la eternidad habíamos llegado a verlos como factor de estabilidad, a modo de broches que sujetan el universo y evitan que se despeñe al caos. Ahora el propio Hawking, juguetón siempre, devuelve salvajismo a la mascota después de que la adoptáramos, y dice que sólo retienen temporalmente la energía y la materia, para soltarla luego. Esto nos crea otra vez inseguridad. Menos mal que los mercados, pendientes de cosas como la crisis del peso argentino, no se dejan impresionar por el desabotonado del agujero negro (¡Jesús! con la metáfora).